El emperador comandó un detallado catálogo con retratos de las prostitutas de la Ciudad de México.
“Mujeres públicas” se les llamaba a las prostitutas mexicanas en tiempos del emperador Maximiliano. El archiduque de Austria, imitando una política francesa, elaboró en 1865 un decreto que ordenaba llevar un detallado registro de estas mujeres en la Ciudad de México. El resultado es una auténtica curiosidad histórica que aún se conserva, ni más ni menos, en el Instituto Nacional de Salud Pública en Cuernavaca.
El libro que contiene 598 fotografías, cataloga cuidadosamente a cada chica en clases, de acuerdo a su sitio de trabajo. De primera clase son las que servían a personajes ilustres de la época; de segunda las que trabajaban en burdeles; quienes estaban en la calle, eran de tercera. Además, con burocrática eficiencia, el registro recoge datos personales como nombre, lugar de nacimiento, edad, trabajo anterior, enfermedades y, en su caso, motivo por el cual ha dejado el oficio (tal vez un matrimonio, tal vez la fuga).
Cada nombre es acompañado por un retrato, que la chica llevaba consigo a registrarse. Las elecciones estilísticas de las fotos también son curiosas. Algunas mujeres aparecen serias, vestidas sobriamente. Otras posan con sombrillas. Algunas, más pícaras, van elegantes y levantan un poco la falda, dejando ver una pierna. Pocas sonríen y unas, incluso, cierran los ojos.
Maximiliano, el progresista
Las fotografías son extrañamente seductoras, para el ojo historiador. También los detalles enunciados. El registro nos cuenta una historia que, en otras narrativas ni siquiera se había sugerido. Claro: nunca nos hablaron de prostitución en la escuela. Menos de la historia de este oficio; “el más antiguo del mundo”. Por otro lado, el relato que hacen es relativamente ominoso. Los “trabajos anteriores” eran los de las clases bajas (lavanderas, costureras, tortilleras); lo que las llevó a formar parte de esta extraña colección, es posiblemente una desgracia.
Por otro lado, como dice el investigador Arturo Aguilar Ochoa, quien dedicó mucho a este registro precisamente por las fotografías, Maximiliano entendía la prostitución como “un mal necesario” y su política de involucrar la salubridad en el asunto no era menos que progresista. Pero no deja de ser extraño. El mismo Aguilar Ochoa cuenta que el libro infame era necesario para cuidar a los soldados franceses de las enfermedades venéreas. Sin embargo, leer las “clases” a las que pertenecía cada chica; sus jóvenes edades, o las infecciones que sufrían, es bastante aterrador.
Memoria de “las apestadas”
El concepto de prostitución no puede separarse de esa carga espeluznante. La palabra “puta”, ligada a “putida” en latín, refiere la peste, la podredumbre. Como dice Aguilar en su libro La fotografía en el imperio de Maximiliano “se toleraba la prostitución, como se toleran las alcantarillas”. Y aunque analizar la fotografía como “registro verdadero” del sujeto, como medio de control de la sociedad, puede ser fascinante, este “catálogo” nos deja un par de reflexiones, tal vez menos frías.
Primero, por supuesto es difícil no reabrir el debate sobre si la prostitución “está bien o está mal”, dilema al que no se le dedicarán estas letras, pero sí una invitación a pensarlo. En la sociedad contemporánea, tanto como en la del emperador, hace falta una relectura de los derechos, las condiciones, los límites y las violencias en la vida de estas mujeres, que, aunque tal vez se abren a la exploración de otras formas de vivir lo sexual, no son “públicas”.
Por último, esta curiosidad histórica, tal vez sea el único recuerdo de un grupo de mujeres que, bien o mal, habitaron estas tierras. Lo poco que podemos adivinar de ellas a partir de sus retratos nos permite construir un delicado vínculo, nos conmueve, haciendo de esta memoria de “las apestadas”, con suerte, cualquier otra cosa.