PreTextos: La librería encantada d Christopher Morley

PreTextos: La librería encantada d Christopher Morley

Publicado en Octubre 27, 2015 por julio
 
 

 

 

Roger y Helen Mifflin regentan La Librería Encantada, a la que acuden, de un lado u otro de Nueva York, todo tipo de personajes singulares, incluidos jóvenes publicistas, farmacéuticos alemanes y guapísimas herederas. Parece que todo está en calma en esa librería encantadora y en la placentera vida de estos personajes insólitos… pero no es así: nos encontramos justo al final de la Primera Guerra Mundial, en medio de una época convulsa, llena de avances técnicos, emociones contradictorias y mucho suspense.

Dicha librería, que desempeña sus funciones bajo el inusual lema de «El Parnaso en casa», está ubicada en una de esas confortables y antiguas construcciones de piedra marrón que han hecho las delicias de generaciones de fontaneros y cucarachas. El propietario se ha visto en mil apuros para remodelar la casa, a fin de adecuarla al negocio, que comercia exclusivamente con libros de segunda mano. No existe en el mundo una librería de segunda mano más digna de respeto.

La librería encantada es un lugar muy agradable, especialmente por las noches, cuando sus espacios, habitualmente en penumbra, se alegraban con el brillo de las lámparas encendidas entre las filas de libros. Muchos transeúntes que pasaban por allí bajaban las escaleras por pura curiosidad. Otros, visitantes asiduos, se presentaban con esa confortable alegría propia de cualquiera que entra en su club social.

 

 

Esta librería tenía un gran anuncio en la entrada:

 

 

 

ESTA LIBRERÍA ESTÁ ENCANTADA
por los espectros de tanta gran literatura
como hay en cada metro de estantería.
No vendemos baratijas, aquí somos sinceros.
Amantes de los libros: seréis bienvenidos
y ningún dependiente os hablará al oído.
¡Fumad cuanto queráis, pero usad el cenicero!
Busque, amigo, busque cuanto guste,
pues bien claros están los precios.
Y si quiere preguntar algo, hallará al dueño donde
el humo del tabaco se torne más espeso.
Compramos libros en efectivo.
Tenemos eso que usted busca,
aunque usted no sepa aún cuánto lo necesita.

La malnutrición del órgano lector es una enfermedad seria.
Permítanos prescribirle un remedio.
R. & H. MIFFLIN,
propietarios.
***

 

 

Extractos:

 

 

 

«A veces creo que debería haber una conferencia de paz en la que participen sólo libreros, pues (te vas a reír) tengo la convicción de que la felicidad futura del mundo depende en no poca medida de los libreros y los bibliotecarios..»

«Oh, amigo mío, ¡olvida el fichero! Los bibliotecarios inventaron ese artilugio para apaciguar la fiebre de sus almas, tal como yo me refugio en los ritos culinarios. Los bibliotecarios enloquecerían, al menos aquellos que son capaces de concentrarse, si no contaran con el frío y tranquilizador medicamento del fichero. ¿Más huevos?» 

«Me parece que no me ha entendido. Quiero decir que la publicidad la hacen los propios libros que vendo. Si vendo a alguien un libro de Stevenson o de Conrad, un libro que lo aterra o lo deleita, ese hombre y ese libro se convierten en mi publicidad viviente.»

«Y déjeme decirle que el negocio de los libros es muy distinto a otros. La gente no sabe que quiere los libros. Usted, por ejemplo. Basta con mirarlo un instante para darse cuenta de que su mente padece una tremenda carencia de libros y, sin embargo, ahí sigue, dichosamente ignorante. La gente no va a ver a un librero hasta que un serio accidente mental o una enfermedad los hace tomar conciencia del peligro. Entonces vienen aquí.»

«¿Sabe por qué la gente lee ahora muchos más libros que antes? Porque la terrible catástrofe de la guerra les ha hecho ver que sus mentes están enfermas. El mundo entero estaba padeciendo toda clase de fiebres, desórdenes y enfermedades mentales y no lo sabía. Ahora nuestras angustias se han vuelto demasiado evidentes. Todos leemos con hambre y ansia, intentando comprender, una vez que han terminado los problemas, qué les sucede a nuestras mentes.»

«¡Médico, cúrate a ti mismo! Que el librero aprenda a conocer y apreciar los buenos libros; sólo así podrá enseñar al cliente. El apetito por las buenas lecturas está más generalizado y es más persistente de lo que usted podría imaginarse, aunque todavía de una manera inconsciente. La gente necesita de los libros, pero no lo sabe. Generalmente las personas no saben que los libros que necesitan ya existen.»

«Querido amigo, comprendo el valor de la publicidad. Pero en mi caso sería inútil. No soy un negociante de mercancías, sino un especialista en ajustar cada libro a una necesidad humana. Entre nosotros: no existe tal cosa como un “buen libro”, en un sentido abstracto. Un libro es “bueno” sólo cuando encuentra un apetito humano o refuta un error. Un libro que para mí es bueno a usted podría parecerle una porquería. Mi gran placer es prescribir libros para todos los pacientes que vengan hasta aquí deseosos de contarme sus síntomas.No hay nadie más agradecido que un hombre a quien le has recomendado el libro que su alma necesitaba sin saberlo.»

«El mundo lleva 450 años imprimiendo libros y la pólvora sigue teniendo mayor circulación. ¡Da igual! La tinta del impresor es más explosiva: acabará ganando.»

«He de decirle que los auténticos amantes de los libros son, por lo general, miembros de las clases más humildes. Un hombre apasionado por los libros tiene muy poco tiempo o paciencia para hacerse rico urdiendo estratagemas para timar a los demás.»

«Vivir en una librería es como vivir en un depósito de dinamita. Esas estanterías están cargadas con los más temibles explosivos del mundo: los cerebros humanos. Puedo pasarme toda una tarde lluviosa leyendo: mi mente alcanza entonces tales estados de pasión y ansiedad por los problemas mortales que puedo perder mi humanidad.»

«El grupo está compuesto por toda clase de libreros: uno de ellos es un fanático y dice que todas las bibliotecas públicas deberían ser demolidas. Otro cree que las películas acabarán con el negocio de los libros. ¡Menuda tontería! Desde luego, todo lo que estimule la mente de las personas, cualquier cosa que avive su curiosidad y las alerte, aumentará también el apetito por los libros.»

«La vida de un librero es muy desmoralizante para el intelecto. Está rodeado de incontables volúmenes; le será imposible leerlos todos, así que pica de uno y de otro. Su mente se llena gradualmente de fragmentos misceláneos, opiniones superficiales y mil cosas aprendidas a medias. Casi inconscientemente empieza a discriminar la literatura de acuerdo a lo que la gente le pide.»

«Sin embargo, es preciso reconocerle algo al buen librero: es un ser tolerante. Se muestra paciente con todas las ideas y teorías. Rodeado, sepultado bajo el torrente de las palabras de los hombres, está siempre dispuesto a escucharlos a todos. Incluso al agente comercial del editor, a quien escucha con indulgencia. Está deseoso de dejarse engañar por el bien de la humanidad. Espera sin cesar el nacimiento de los buenos libros.»

«Mi negocio, como puede ver, es muy distinto de la mayoría. Sólo vendo libros de segunda mano. Sólo compro libros que considero que tienen una razón honesta para existir. Mientras el juicio humano sea capaz de discernir, intentaré mantener mis estanterías libres de basura. Un médico nunca comerciaría con remedios de curandero. Yo no comercio con libros de charlatanes»

«Él ofrece los puros que le gustan a sus clientes, los puros a los que están acostumbrados. El negocio de los libros debe seguir las reglas ordinarias del comercio».

«Cualquier parroquiano preferiría pagar mucho más por diversión que por un poco de cultura. Pensad en cómo un hombre puede soltar cinco pavos por un par de entradas para el teatro o gastarse dos dólares semanales en cigarrillos sin siquiera pensarlo. Pero dos o cinco dólares a cambio de un libro le parecen un auténtico atraco. El error que habéis cometido en la venta al por menor es intentar convencer a vuestros clientes de que los libros son artículos de primera necesidad. Hacedles creer que son bienes de lujo. ¡Eso los seducirá! La gente debe trabajar tan duro en esta vida que las necesidades le producen vergüenza»

«A mí me parece fascinante observarlos, ver su indefensión a flor de piel y estudiar la extraña manera que tienen de elegir. Casi siempre compran un libro bien porque les parece que la cubierta es atractiva, bien porque cuesta un dólar con quince centavos en lugar de un dólar con treinta; o porque dicen que leyeron una reseña. La tal reseña a menudo resulta ser un anuncio. Creo que uno de cada mil clientes debe de saber cuál es la diferencia entre una y otro».

«Los libros son depósitos del espíritu humano, que es lo único en este mundo que permanece. Esto dijo Shakespeare: Ni el mármol ni el áureo monumento de los príncipes / perdurará como este poderoso verso.».

«Ya sabéis que algunos clientes de las librerías de segunda mano, cuando se encaprichan con algún libro pero no tienen manera de comprarlo, lo esconden en alguna otra estantería con la esperanza de que sólo ellos puedan encontrarlo después».

«El librero es una de las claves en esa máquina sumatoria universal, pues colabora en la polinización entre hombres y libros. El deleite que obtiene con su vocación no necesita estímulo alguno, ni siquiera unas hermosas pantorrillas pintadas por Coles Phillips.»

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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