De tiempo en tiempo, y por desgracia no podemos decir de tarde en tarde, nos sobresaltan tristes noticias que tienen que ver con la destrucción de patrimonio y bienes culturales. Sea cual sea la clase de patrimonio cultural a la que se refiera la noticia, fueren cuales fueren la causa y el método de tal destrucción, lo cierto es que el conocimiento de estos sucesos nos producen gran tristeza. Si esto ocurre de manera violenta, sin duda nuestra tristeza será mayor y, desde luego, si esa destrucción de patrimonio llega unida a la destrucción de vidas humanas, la desazón se hace enormemente más grande.
Da igual que se trate de unas esculturas de budas monumentales, de un diario satírico, de un museo, una biblioteca histórica, etc. . No es admisible que nadie utilice la violencia para destruir el patrimonio y los bienes culturales que son de todos y para el disfrute de todos. No podemos y no queremos admitir que la violencia, menos aún con resultado de muerte, sea el instrumento para la implantación de la ideología dominante y que la destrucción patrimonial se convierta en instrumento de la destrucción de la propia identidad cultural individual y colectiva.
Tristemente hemos de considerar que ante la opinión pública no causa la misma sensación si estas circunstancias se producen en nuestro entorno inmediato occidental o a una considerable distancia de nuestro medio confortable, y esto también es de lamentar. Las destrucciones y la muerte son detestables dónde y cómo quiera que ocurran.
La intolerancia política lleva a la destrucción de la tradición cultural: así ha ocurrido en tantas y tantas ocasiones a lo largo de la Historia. Las Inquisiciones de todo orden practicadas contra pensamientos y personas han tenido por lo general un resultado nefasto y por lo tanto las autoridades y las instituciones se han de esforzar al máximo en la protección de los bienes culturales. Perder el respeto a la cultura cotidiana es el primer paso para que el día de mañana la sociedad esté aletargada e insensible ante las grandes pérdidas de patrimonio causada por la violencia intransigente, por esto hemos de estar alertas para denunciar las pequeñas tropelías contra la cultura; quienes hoy las cometen quizá mañana no duden en causar los mayores desmanes tanto a los bienes culturales como al más preciado para los humanos, la propia vida.
Cuando cometen un atentado contra un museo, como ha ocurrido recientemente, no sólo están destruyendo el patrimonio en él depositado, ni tampoco se conforman con destruir la vida de las personas; al hacerlo contra un foco de promoción turística están también destruyendo las posibilidades de desarrollo económico, social y humano, es decir no se conforman con destruir el pasado, que es el patrimonio, ni eliminar el presente, que es la vida; están cercenando también en esos territorios toda posibilidad de futuro, todo ello por mor de una ideología totalitaria y trasnochada, quizá también mal interpretada.
José María Nogales Herrera
Vicepresidente de ANABAD