En 1926, un anticuario italiano -Leone Leví- arrancó y trasladó la mayoría de las pinturas murales de una ermita mozárabe de Soria tras una vicisitud burocrática, política y judicial -sentencia del Tribunal Supremo incluida- que duró cuatro años. Los frescos de la ermita de San Baudelio (Casillas de Berlanga) fueron parcialmente expoliados y enviados al extranjero. Hoy están en posesión de varios museos de Estados Unidos.
Según concreta a este diario el exdirector del Museo Numantino Elías Terés, 16 pinturas fueron expoliadas en 1926. Solo seis paneles han regresado a España y ahora se exponen en el Museo del Prado. Los fragmentos ingresaron en 1957, y constituyen un depósito indefinido del Museo Metropolitano de Nueva York, que a cambio recibió el ábside de San Martín de Fuentidueña (Segovia) durante 99 años. “A día de hoy, todavía no se conoce con exactitud el paradero de algunas de ellas”, apunta Terés, que concreta qué pinturas hay en cada museo: El Halconero está en el museo de Arte de Cincinnati; el dromedario, los perros rampantes, la curación del ciego, la resurrección de Lázaro y las tentaciones de Jesús están en el Museo de Los Claustros de Nueva York (Administrado por el Museo Metropolitano de Arte); Las tres marías y la última cena están en el Museo de Bellas Artes de Boston; y las Bodas de Caná y la Entrada en Jerusalén, en el Museo de Arte de Indianápolis. Según apuntan desde el museo de Indianápolis, las dos imágenes en su poder no están actualmente expuestas.
La Comisión reconoció que carecía de medios “eficaces” para custodiar la ermita porque se hallaba “en despoblado” y recordaba que ya se había desestimado la propuesta de contratar a un conservador del monumento. La ermita está a 8 kilómetros de Berlanga de Duero, un municipio que entonces tenía unos 2.000 habitantes -hoy tiene casi la mitad-.
El 1 de julio de 1922 comenzaron los trabajos para arrancar las pinturas. Dos días más tarde se enteró el capitán de la Guardia Civil de El Burgo de Osma, que acudió a la ermita, ordenó la suspensión de los trabajos y se hizo cargo de la llave de la ermita. Leví reconoció ante la prensa local que, si el capitán se hubiera retrasado unas horas, las pinturas ya estarían “a muchas leguas” de España.
Los lances judiciales y políticos se sucedieron durante cuatro años, que terminaron una sentencia del Tribunal Supremo y el expolio de gran parte de las pinturas. El asunto acaba en el Juzgado de Almazán, que ordenó la detención de algunos propietarios de la ermita. El anticuario intentó legalizar la venta ante notario, pero este se negó. Poco después, la Guardia Civil detiene también a Leví, que queda en libertad sin fianza -como los propietarios-.
El Ministerio emite varias órdenes que responsabilizaban a Leví y su equipo y que se desdecían sucesivamente. Mientras, el frío en Soria dañaba las pinturas, que continuaban medio arrancadas pese a las peticiones de los restauradores e historiadores. La Audiencia de Soria sobresee el caso, mientras la Comisión Nacional de Monumentos tarda meses en enterarse de las órdenes y las decisiones judiciales.
Un pleito iniciado por el Cabildo de la Catedral de Sigüenza
El Obispo y el Cabildo de la Catedral de Sigüenza interpusieron una demanda contra todos los “detentadores” de la ermita y reclamaron que siempre había pertenecido al Cabildo: a sus ojos, era un templo destinado al culto católico y, por lo tanto, no podía ser de propiedad particular. El Obispo quería declarar la nulidad del registro de propiedad y de la venta de las pinturas.
Tras nuevas reales órdenes y recursos judiciales, la venta de las pinturas de San Baudelio terminó en el Tribunal Supremo: la venta de las pinturas era legal, pero el edificio estaba protegido y cualquier modificación necesitaba una autorización expresa del Ministerio.
Los propietarios reclamaron que se les hiciera entrega de las llaves de la ermita, que las autoridades tuvieron que entregar en cumplimiento de la sentencia del Tribunal Supremo. La Comisión de Monumentos advirtió de que no tenía medios legales para vigilar y conservar el monumento, pero no sirvió de nada. Los obreros contratados por Leví retomaron los preparativos para arrancar las pinturas, aunque no contaban con el permiso del Ministerio.
El 23 de julio de 1926, el guarda de la ermita observó que una ventana estaba abierta para secar los lienzos, según dedujo. Esa noche se estaban arrancando las pinturas. El guarda vio cómo el hijo del alcalde bajaba con dos caballerías que acarreaban “ropas”, pero no pudo comprobar si estaban los lienzos. El 25 de julio las pinturas habían desaparecido. La Policía detuvo de Leví, pero no dijo dónde estaban las pinturas y fue puesto en libertad.
El exdirector del Museo Numantino Elías Terés ha estudiado en profundidad todo el proceso en El Expolio de las pinturas murales de la ermita mozárabe de San Baudelio y en El Expolio de las pinturas murales de la ermita de San Baudelio. Un documento inédito: el expediente judicial del pleito entablado por el Obispo y el Cabildo Catedralicio de Sigüenza contra los propietarios.
Una ermita del siglo XI “descubierta” a finales del XIX
La ermita de San Baudelio había sido “descubierta” en 1884, cuando se fecha la primera referencia como objeto de estudio. Esta ermita, “adosada” a una cueva labrada en la roca -según concretaba Juan Zozaya en 1976-, había servido de refugio a pastores y al ganado. Manuel Aníbal Álvarez y José Ramón Mélida mostraban su “asombro” por esta “joya arquitectónica” en el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones.
Las pinturas están ejecutadas al fresco, fresco seco y al temple, según apunta Antonio de Ávila Juárez en el artículo San Baudelio de Berlanga: Fuente sellada del paraíso en el desierto del Duero. “Sobre el enlucido de yeso que cubre en todas sus partes el interior, y su conservación, salvo en la bóveda donde parte del enlucido se desprendió o forma abolsados; es bastante buena, ofreciéndose en general vivos los colores”, relataban en 1907. El arquitecto y el historiador sí destacaban que el retablo estaba “muy deteriorado” y apuntaban a que algunas pinturas se habrían “borrado por la acción del tiempo”. En 1917 la ermita de San Baudelio se declaró Monumento Nacional, pero apenas tuvo consecuencias prácticas para ella.
Para Leone Leví, las pinturas resultaban de gran valor porque sino, no hubiera persistido en su compra durante tantos años. En 1922, reprochaba el “abandono” de la ermita en declaraciones a El Debate. “La ermita estuvo mucho tiempo sin puertas, entraba el ganado y sirvió de paridera de ovejas, (…), se abrieron boquetes [en la puerta que después se instaló] y los chicos de la zona dañaban las pinturas con piedras y palos”. Esta es la exposición que detallaba Leví.
“Un sacrificio por un futuro más prometedor para el Patrimonio”
De poco sirvió, al final, que la ermita fuera declarada Monumento Nacional en 1917. Tras el fiasco de la ermita de San Baudelio, el Gobierno de Primo de Rivera emitió un Real Decreto para que una comisión especial redactara un proyecto de Decreto-Ley relativo a la conservación del Patrimonio. En 1925 se prohibió la exportación de obras cuya salida de España constituyera grave daño y notorio perjuicio para la Historia, la Arqueología y el Arte.
“Quizás uno de los papeles que le reservaba la historia a la Ermita de San Baudelio era su sacrificio parcial en aras de un futuro más prometedor para todo el Patrimonio español”, valora Terés, director del Museo Numantino desde 1999 hasta 2018.
En Decreto-Ley fijó los preceptos para hacer efectiva la protección estatal y conseguir la conservación del Patrimonio (anterior a 1830), independientemente de propietario, materia y forma. Los Ayuntamientos, Diputaciones, Arquitectos de Instrucción Pública, y Arquitectos e Ingenieros catastrales tuvieron que elaborar una lista detallada de los castillos, murallas, monasterios, ermitas, puentes, arcos y de sus ruinas, con información de su situación y propietarios, estuvieran o no considerados Tesoro Artístico Nacional.
Terés tiene claro que el expolio de las pinturas de la ermita de San Baudelio supuso un antes y un después para el Patrimonio español: “La protección que suponía una declaración de Monumento era un trámite administrativo, que le ponía bajo el paraguas de la Administración. Como fue evidente, tenía amplias goteras que sólo se tapaban con los empeños personales de aquellos que concentraban sus esfuerzos en su conservación y preservación”.