El alcalde Martínez-Almeida incumple la promesa de desocupar La ingobernable para dotar al barrio más literario de un centro de lectura en plena zona turistificada por los museos
“Vamos a construir una biblioteca y un centro de salud. Se acabó el cuento”, afirmaba el candidato a la alcaldía José Luis Martínez-Almeida el pasado mayo contra la ocupación de La ingobernable. Una vez alcalde, con los votos de Ciudadanos y Vox, cumplió con su promesa y desalojó a los okupas. Sin embargo, no hará del edificio de 1925 una biblioteca ni un centro de salud, porque ha decidido ceder el solar público a la Fundación Hispanojudía para que inaugure un Museo Judío, como el que hay en Toledo. Desde el rea de Cultura informan que tampoco tienen previsto ningún proyecto para dotar con biblioteca al barrio de Las Letras, donde los adoquines llevan leyendas doradas de citas literarias.
Es una paradoja envenenada, el barrio en el que habitaron los grandes autores del Siglo de Oro y del Romanticismo no tiene un lugar dedicado a la lectura ni al préstamo de libros. Han sobrevivido una decena de librerías, pero no hay centro municipal al que acudir para leer a Cervantes, Lope de Vega, Calderón, Larra, Rosalía de Castro, Emilia Pardo Bazán o Carmen Martín Gaite. Los vecinos deben desplazarse kilómetro y medio para llegar a la más cercana, la biblioteca de Iván de Vargas (en La Latina), o atravesar el parque del Retiro hasta entrar en la luminosa de Eugenio Trías, a casi dos kilómetros.
El equipo de Manuela Carmena anunció en 2018 la fundación de una biblioteca de mujeres en La ingobernable, después de extinguir el contrato con la Fundación Ambasz previo pago de 1,4 millones de euros. El edificio iba albergar la colección que Marisa Mediavilla, feminista, bibliotecaria y documentalista, comenzó en 1985: un fondo que cuenta con 30.000 obras de escritoras. Pero el anuncio de la alcaldesa no pasó de propósito.
“Las Letras va a desaparecer como barrio. Ya sólo es un lugar para turistas que vienen a los museos”, asegura Guadalupe Gisbert, fundadora hace 19 años de Abada Editores, en la calle del Gobernador. Los vecinos, nueva paradoja, lamentan que el barrio con más museos de la ciudad está acabando con su forma de vida tradicional. “No es un problema estructural. Es que el barrio se ha musealizado. Los museos han hecho de él un lugar de tránsito. Antes era más humano, más pueblo”, señala Carmen la Griega, que nació en la zona y mantiene desde 2002 un taller creativo para todas las edades. Ajena y resistente a las inercias que han hecho de estas calles un desfile de pelotones de turistas que caminan hacia el Prado, el Reina Sofía, el Thyssen o el Caixaforum, Carmen se reconoce extraña a todo esto. “Sin una biblioteca no hay lugar para leer, ni alimentar nuestra libertad. Necesitamos una, es fundamental”, añade la artista y pedagoga.
Gentrificación
“Yo no veo la paradoja, porque la designación de “Las Letras” fue un reclamo turístico”, apunta Isabel Ballesteros, de la librería Iberoamericana. Para ella una biblioteca hace barrio como también lo hace un mercado o un parque. En el Plan Estratégico de las Bibliotecas Públicas Municipales 2017-2020 -que el actual equipo tendrá que actualizar- se indica que son un hito y motor cultural para los barrios en los que hay. “Las bibliotecas son lugares de encuentro entre la cultura y la ciudadanía, abiertos y hospitalarios”, puede leerse en el informe. Los vecinos de Las Letras echan de menos esa red de cohesión social para resistir al nuevo uso de sus calles: el mayor problema no es ya el ocio nocturno, sino los inmuebles convertidos en alquileres turísticos.
De día Las Letras; de noche, Huertas. Gentrificación, turistificación, deterioro, exclusión y pérdida de señas de identidad, los habitantes de este pequeño laberinto se sienten amenazados. La asociación de vecinos ha iniciado el procedimiento para que el Ministerio de Cultura declare su barrio Patrimonio Cultural Inmaterial. Con la declaración quieren salvaguardar su entorno y frenar “el éxodo” de habitantes: señalan que en 1970 había empadronadas 19.878 personas y en la actualidad son 10.622, casi la mitad. Según el censo, es el barrio del centro con más trabajadores dedicados a hostelería (4.427) frente a los 1.171 trabajadores culturales. “La ciudad la hace la gente no el mercado, ni siquiera las administraciones”, denuncian los vecinos, que exigen medidas urgentes de protección social para recuperar el lugar que les corresponde a las personas.
En una de las esquinas donde antes había una librería de antiguo ahora hay un local que vende arepas. Y muy cerca, también en la calle Huertas, está la sede de Federación de Asociaciones de Archiveros Bibliotecarios Arqueólogos Museólogos y Documentalistas (ANABAD), su presidente José María Nogales nos recuerda que la biblioteca está considerada por la Ley 7/1985 del Régimen Local como una de las competencias que el Ayuntamiento debe aporta a su comunidad. Una población superior a 5.000 habitantes ha de tener alumbrado, cementerio, recogida de residuos, abastecimiento de agua potable, alcantarillado, pavimento y biblioteca. Los diez mil de Las Letras no tienen.
Una biblioteca es un espacio libre de intereses, donde no se comercia ni se produce, donde el beneficio es mayor que la inversión y así ha sido desde 1915, cuando se inauguraron las primeras en Madrid y Barcelona, justo un año después de que la voz “analfabeto” entrara en el Diccionario. Hoy el consistorio madrileño gestiona 32 y el barcelonés, 40. “Las bibliotecas son la célula básica del desarrollo cultural de cualquier comunidad. Quizás para los políticos sea más vistoso un polideportivo, pero este es el lugar de encuentro de la comunidad, con talleres, cuentos y fomento de la lectura. Echamos en falta esa biblioteca, como foco de acción e intervención cultural, pero estamos en el eje Prado-Recoletos, el de los museos”, dice Nogales. El Eurobarómetro explica que en un 74% de los suecos visitan una biblioteca al año. En España la cifra es un 33%.
Los gritos de la hora del recreo se escuchan a los pies del jardín vertical del Caixaforum, junto al edificio que será demolido para construir el Museo Judío. El colegio público Palacio Valdés está a punto de abrir sus puertas y regar la zona con la chavalería que hoy tampoco podrá pasar a leer cómics en sala o a llevarse a casa alguna novela. “Una biblioteca humanizaría este barrio. Siempre es prioritaria porque es un espacio de cohesión, un estímulo para la creatividad y para la red vecinal, donde conviven todas las culturas”, cuenta Raimundo Nieves, de la tienda Kamchatka, donde vende “juguetes con alma” en un barrio que la pierde.