¿Y que hay de la memoria histórica de México? (no confundir con la verdad histórica) Se ha ido perdiendo una buena parte por incendios, inundaciones, terremotos, huracanes, incuria y… vandalismo -supuesto o real-. Sin embargo, hay quienes se preocupan por salvarla.
Así como decenas trataron de rescatar los libros de las piras de los nazis, en la república hay mexicanos que entre bombas molotov lanzadas por las centes, cetegs y ayotzinapos, en plena refriega, afuera del Registro Civil o del Registro Público de la Propiedad, de procuradurías, ayuntamientos o Congresos locales, salen despavoridos cargando con legajos de papeles y a veces empujando archiveros para salvaguardar la historia reciente y quizás algo de la más añeja, con el objetivo de evitar la continua pérdida de buena parte de nuestra identidad como nación.
Mas no todo… Hay ejemplos de algunos archivos destruidos. En la Ciudad de México, como resultado del terremoto (1985) se perdió documentación de las Secretaría del Trabajo, del Fondo Nacional para el Consumo de los Trabajadores (Fonacot), de la Secretaría de Comercio y Fomento Industrial, del Instituto Mexicano de la Radio, la Secretaria del Consumidor y de la Policía Judicial Federal.
Por incendio está el caso de la explosión del Edificio “B” de Pemex, ocurrida a finales de enero de 2013 en la calle de Marina Nacional. También se registraron pérdidas de documentos
¿Debido a huracanes, cuál le gusta?, Gilbert, que en 1988, se ensañó con Monterrey y Quintana Roo; Pauline, que asoló Oaxaca y Guerrero (fundamentalmente Acapulco). Hay para escoger, porque aseguran en el Atlas Climatológico de Ciclones Tropicales de México, que las zonas terrestres mexicanas con más de 10 ciclones tropicales en 52 años son las costas de Guerrero, Michoacán, Colima, Jalisco y Baja California Sur, así como Quintana Roo. En algunos ha ocurrido el destrozo de archivos.
Y qué decir del vandalismo… Guerrero y Oaxaca son los líderes en afectaciones a edificios públicos, en su mayoría por incendio, aunque también mediante cualquier instrumento destructivo. Últimamente han padecido estos embates: el Ayuntamiento de Chilpancingo, el Congreso local de Guerrero, la Procuraduría General del Estado de Guerrero, la Junta Distrital 9 y las oficinas del Instituto Nacional Electoral (INE) en Acapulco. Son únicamente algunos en los cuales hubo destrucción voluntaria o involuntaria de documentos.
En este rubro, en muchas ocasiones, los vándalos son azuzados por exfuncionarios o políticos que aprovechan los conflictos para desaparecer expedientes, negocios fraudulentos, averiguaciones, cuentas de gastos y demás papeles comprometedores.
En los últimos tiempos el gamberrismo en la entidad del sur, se ha ensañado con la documentación, con motivo de los eventos de Ayotzinapa (bandera interminable para destruir, hacer turismo de víctima, manipular y obtener dinero sin trabajar).
Después de los estragos por cualquier desastre, accidente, intencionado o no, como sucede en muchos países, en la República Mexicana los archivos no cuentan con presupuestos ni infraestructuras adecuadas, mucho menos con la debida importancia dentro de las instituciones. Porque además, casi siempre (dicen los estudiosos de la archivonomía), “los documentos se encuentran almacenados en depósitos olvidados, llenos de polvo, adquiriendo una imagen que los sitúa como depositarios de papeles inútiles y mazmorras de castigo”.
Y a remar hacia atrás, porque la mayoría de los archivos que contienen la memoria histórica no han sido digitalizados. En la elaboración de documentos aun existen los amanuenses en las barandillas de los juzgados, las máquinas Remington, el papel carbón y muchas reliquias del pasado.
Los expertos en nuevas técnicas de archivo se preguntan si realmente hay tanta información que necesite ser almacenada durante largo tiempo. Responden lo señalado por algunos estudios: que entre el tres y el diez por ciento de los datos digitales existentes requieren preservarse durante 25 o más años. Por ello, buscan encontrar una solución de archivo digital duradero más de cien años.
w La titánica labor
Con fundamento en que “los archivos son como uno de los bastiones más firmes contra el atraso cultural y la barbarie pseudo modernizadora”, planteado por la doctora Mercedes de Vega, directora general del Archivo General de la Nación, esta institución tiene programas para salvar papelería (libros, documentos), las fotografías, películas y demás.
“El daño por fuego, generalmente implica también daños en la documentación ocasionados por el agua o cualquier otro agente extinguidor utilizado para apagarlo. Sin embargo, una colección quemada tendrá mucho menos posibilidades de recuperarse que aquella en la que se consiguió extinguir a tiempo el fuego, aunque esto implique mojar los documentos”
Así lo indica la Dirección del Archivo Histórico Central en su Plan de contingencia para el rescate de acervos documentales históricos afectados por incendios.
La misión del Archivo General de la Nación (AGN) consiste “en preservar, difundir e incrementar el patrimonio documental de México para salvaguardar la memoria colectiva y fortalecer la identidad nacional, así como regular, vigilar y promover la administración eficiente de los archivos públicos, con el fin de mejorar los procesos de toma de decisiones, la transparencia y la rendición de cuentas en el ejercicio del poder público”.
Han pasado más de cuatro siglos desde que el primer conjunto de documentos fue ordenado en México, primero como Archivo de la Secretaría del Virreinato en 1550. Después sería el Archivo General del Reino, seguido del Archivo General y Público de la Nación y finalmente, el Archivo General de la Nación.
Eran legajos errantes. Consultados en varias sedes. Desde el entonces Real Palacio Virreinal (hoy Palacio Nacional), el Templo de Santo Domingo, el Templo de Guadalupe, el Palacio de Comunicaciones (en la actualidad Museo Nacional de Arte) y el Palacio Negro desde 1976.
Sergio García Ramírez, último director de Lecumberri (cárcel Preventiva del Distrito Federal) narra aquella tarde de domingo, cuando al final de la visita familiar se convocó a los primeros reclusos para abandonar el lugar que, por 76 años, había sido la prisión más socorrida del Distrito Federal. Los trasladaron en “julias”, para estrenar el Reclusorio Norte.
“El 26 de agosto, el jefe de vigilancia me rindió parte: sin novedad, ya no hay más reclusos, ese día se fueron los últimos. Crujías vacías, pasillos solos; en las aulas del polígono temido había solamente silencio abrumante; en todas partes se asomaban huellas del desalojo, enseres destrozados, libros y cuadernos con notas, escusados malolientes, decenas de palomas revoloteando abandonadas, anunciando que la era de Lecumberri había llegado a su fin”, narró el doctor en derecho.
Y atrás quedaron historias como la de José Revueltas y “El Apando”, los muchachos del 68, el pintor David Alfaro Siqueiros, Ramón Mercader, el asesino de Trotsky; Goyo Cárdenas y Higinio “El Pelón” Sobera de la Flor, asesinos en serie.
w Unas peinetas de carey
Llegarían nuevas historias como Archivo General de la Nación, con Alejandra Moreno Toscano como su directora. Y hasta aquel lugar acudió de visita “La Doña”, María Félix, quien en esa ocasión, entre sus recuerdos sobre reos, narró el de un hombre, su enamorado, que fue llevado en una “cuerda” hacia las Islas Marías, desde donde le enviaba cartas, acompañadas de peinetas de carey, elaboradas con la concha de las tortugas. “Mire, las traigo puestas”, dijo al colocar sus dedos sobre el cabello.
Hoy el Archivo contiene, dicen, cerca de 375 millones de hojas y su labor no se limita a lo realizado tras los vetustos muros, sino que trasciende hacia las entidades de la República, para prestar sus conocimientos en prevención a todos aquellos dedicados a la preservación documental.
Un desastre provocado o natural, para ellos, es realizar una triple labor con o sin éxito y a veces volver a empezar. En el caso de inundaciones, por ejemplo, la recomendación es: identificar los documentos que requieren una restauración debido a los daños ocasionados por la contingencia y programar su atención de acuerdo con las prioridades de la institución; distinguir aquellos cuyo grado de afectación sea tal, que proceda la baja documental; regresar el material rescatado a las áreas de resguardo, siempre y cuando se encuentren limpios, secos y cuenten con guardas y cajas en buen estado. Y ojo, el área de resguardo debe estar limpia, seca y fuera de peligro.
Muchos de estos trabajadores ya saben los métodos para documentos afectados por agua. Van desde el secado al aire, solo recomendado cuando la cantidad de material afectado y el nivel de humedad son de reducidos a moderados. Da como resultado soportes de papel deformados y libros que si absorbieron demasiada agua, comúnmente necesitan una reencuadernación posterior.
En el caso de los libros, si el volumen está ligeramente húmedo o solo llegó a mojarse en las orillas de los cantos, se puede colocar sobre una mesa, abriéndolo en abanico y permitiendo que le dé el aire. Se pueden hacer separadores de papel secante para ayudar a abrir el espacio entre las hojas y que sequen más rápido. Antes de que seque por completo se puede cerrar y dejar bajo peso ligero para evitar que se deforme demasiado.
En cuanto al material fotográfico, explican que debido a la sensibilidad de los negativos y positivos fotográficos, en caso de contingencia ocasionada por agua, éstos deben ser una prioridad durante el rescate, buscando minimizar el tiempo que permanezcan en inmersión y/o contacto directo con agua.
Todo ese tipo de trabajos lo deben realizar después de algún desastre. Por ello es altamente criticable, que sea la mano del hombre, específicamente a través de los actos vandálicos, la que destruya la documentación, sea la que fuere.
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