“El último abrazo”: las cartas de la memoria
La gala de los “Goya” atrae siempre la mirada de los cinéfilos, de los seguidores de uno u otro director, de los fans de un actor o actriz, e incluso supone uno de los eventos extracinematográficos más sonados al proporcionar un crítico trabajo a los expertos en moda. Así, un año más y bajo el rotundo lema “Resistiré”, el sábado 7 de febrero tuvo lugar la XXIX edición de la entrega de este galardón, el mayor y más prestigioso que se concede en España en el ámbito cinematográfico. El director Alberto Rodríguez y su “Isla mínima”; las actrices Bárbara Lennie, Carmen Machi y Nerea Barros; y los actores Antonio Banderas, Javier Gutiérrez, Dani Robira y Karra Elejalde fueron los grandes protagonistas de la noche. Sus películas y sus interpretaciones atrajeron la mirada de todos. Sin embargo, en el mismo acto fueron entregados otros “Goya”: esos a través de los que se reconoce la labor desarrollada por otros directores de películas más pequeñas solo en metraje: los cortos. Porque, a pesar de estar un poco olvidados, la ficción, la animación y el documental tienen también su mejor versión corta. Entre estas “pequeñas” joyas nos detendremos hoy en una de las categorías más desatendidas: el cortometraje documental. En esta clase obtuvo el premio “Walls (si las paredes hablasen)”, dirigido por Miguel López Beraza y producido por Making Doc (Juan Antonio Moreno Amador). Sin embargo, no fue esta obra la que llamó mi atención. Por el contrario, fue el también nominado “El último abrazo”, dirigido por Sergi Pitarch Garrido y producido por Ambra Llibres (María Bravo), el que me hizo descubir que a esas pequeñas categorías también hay que prestarles atención porque pueden deparar sorpresas muy gratificantes.
A estas alturas estarán preguntándose –y con razón– si he cambiado la orientación del blog. Pero no… porque “El último abrazo” –a cuyo director no me canso de agradecer que me haya dado la posibilidad de verlo– es una excelente muestra del papel protagonista que las memorias personales y los documentos pueden desempeñar en una película. Los planos de unas cartas halladas de manera casual ruedan sobre la pantalla como si de grandes estrellas del celuloide se tratara. Estas epístolas son las únicas protagonistas de cada secuencia. A través de una grafía ágil y rápida, pero perfectamente legible, su autor –un inicialmente misterioso Mariano al que al final se le concederá un apellido– va desgranando “…todas las cosas que me ocurrieron…”. Porque esas cartas atesoran parte de su vida, de su memoria. Sólo hay que tirar del hilo contenido entre las palabras para descubrir -o redescubrir- la existencia vital de ese ser humano. Tal como afirma la archivera, y también escritora, Belén Lorenzo en su blog “Todas las palabras cuentan”, este corto es una muestra de cómo todo lo escrito siempre cuenta. Palabra tras palabra, frase tras frase a lo largo del documental vamos descubriendo a un personaje enigmático que llega a afirmar “…con mi muerte física acaba todo…” Una guerra y un cambio político –aún sin perder la esperanza–, habían transformado una “…vida en colores…” en una “…vida en blanco y negro…”. Indudablemente nuestro protagonista desconocía que tras su anunciada muerte quedarían sus cartas y, por tanto, no todo acabaría. Su vida quedaría aferrada para siempre a través de la tinta y de sus trazos a aquellos papeles que, con el paso del tiempo, serían recuperados en una subasta, y tras ser leídos y releídos, serían llevados a protagonizar una historia. Su propia historia pasaría del papel a la pantalla. Aquellas cartas que nunca fueron enviadas llegaron a un destinatario casual, pero no a cualquier destinatario. Este primer receptor, Sergi Pitarch Garrido, supo entrever el valor de aquellos documentos puesto que en ellos, como en tantas ocasiones hemos señalado, residía la memoria, la vida.