Por Jesús González de Miguel, historiador; Pedro López López y Javier Maestro Backsbacka, activistas de La Comuna
“Una persona puede querer olvidar lo que quiera, pero una sociedad no.”
-Fabián Salvioli, Relator especial de Naciones Unidas para la promoción de la Verdad, la Justicia, la Reparación y las garantías de no repetición.
La memoria democrática es imprescindible en la construcción de la democracia. Este país, aunque avanza poco a poco (con retrocesos esporádicos), tiene mucha tarea pendiente, uno de cuyos aspectos, muy relevante para la educación de niños y jóvenes, es la creación y mantenimiento de lugares de memoria y museos.
Es así como la sede de la Comunidad de Madrid (por poner un claro ejemplo), que fue el centro de torturas más importante de este país durante el franquismo, no tiene una mísera placa que explique esta siniestra función durante ese tiempo. O es así, por ir a un caso más reciente, como la casa de nuestro premio Nobel de Literatura Vicente Alexandre ha sido abandonada a la selva del mercado sin que las administraciones hayan hecho nada efectivo para hacer de ella un museo (por allí pasaron Miguel Hernández, Federico García Lorca, Pablo Neruda, José Hierro y tantos otros poetas). Como decía Aleixandre, “recordar es obsceno, peor: es triste. Olvidar es morir”.
La preservación y difusión de la memoria democrática es una cuestión de derechos humanos. Así, el lema “Verdad, Justicia, Reparación” que escuchamos o leemos en los actos (manifestaciones, concentraciones, charlas…) del movimiento memorialista proviene de un informe de Naciones Unidas preparado por el jurista francés Louis Joinet sobre la cuestión de la impunidad de los autores de grandes violaciones de derechos humanos.
Dicho informe, también conocido como “principios Joinet”, fue presentado en 1997 y actualizado en 2005 por Diane Orentlicher, y trata de un conjunto de principios para la lucha contra la impunidad de las grandes vulneraciones de derechos humanos, normalmente en forma de masacres. Este conjunto de principios y medidas ha configurado lo que hoy se conoce como Justicia Transicional.
Uno de estos principios es el derecho a la verdad de las víctimas y familiares de grandes masacres, así como de toda la sociedad en su conjunto, que tiene derecho a conocer su historia. Es decir, se trata de un derecho individual y familiar, pero también colectivo. Para satisfacer este principio son necesarias medidas educativas y de difusión de esta verdad histórica, que forma parte esencial de la memoria. La guerra civil es un hito en la historia y memoria de nuestro país, así como la inmensa represión que sufrió todo el país durante las décadas de dictadura.
La lucha por difundir la verdad que contradice el relato dominante que hemos recibido de los vencedores es más necesaria que nunca, pues se va perdiendo con el tiempo esta verdad a medida que mueren los supervivientes de unos hechos tan lejanos en el tiempo. Y a esto se unen las andanadas de la derecha cada vez que toca poder, intentando equiparar la República con el ataque fascista que sufrió y que condujo a una guerra civil y a una ominosa dictadura de cuatro décadas.
En 2022 se hizo viral una noticia sobre la inauguración de un museo sobre la guerra civil española. En los primeros momentos parecía que se trataba de una inauguración en nuestro país, pero rápidamente se vio que el museo era virtual y está ubicado en una web canadiense, cuyo gobierno aportó 20.000 euros al proyecto, más otros 20.000 euros que aportaron las universidades canadienses York University de Toronto y Trent University de Peterborough; para ser exactos, también la embajada de España en ese país aportó 2.000 euros. Un cierto sentimiento de vergüenza nos asaltó a algunos por el hecho de que las instituciones de nuestro país hayan tenido pocas iniciativas al respecto y circunscritas a iniciativas locales.
A propósito de la Batalla del Jarama –donde los combatientes leales a la República se debatían, espeluznados entonces, con el reciente recuerdo de la atroz masacre de miles de extremeños al paso de las tropas sublevadas en su marcha hacia Madrid–, allí las Brigadas Internacionales supusieron nada menos que un 10% del total de los 70.000 combatientes y un 25% de los republicanos muertos en combate. Y esa batalla quedó inmortalizada en el canto de Jarama Valley con esta letra: «Fue en España en el valle del Jarama/ lugar que nunca podré olvidar (..) / nuestro batallón era el Lincoln / luchando por defender Madrid / con el pueblo hermanado peleamos los de la Quince Brigada allí / lejos ya de este valle de lágrimas su recuerdo nadie borrará (..)».
Pero, como diría Rafael Fraguas en El País del 15 de febrero de 2009, conmemorando el 76 aniversario de la batalla, «en el Jarama se libra otra batalla, incruenta, pero no menos encarnizada: la de la propia memoria». Y ya han pasado demasiados años para que todo siga igual.
Sin embargo, cabe reseñar algún avance e iniciativa a cargo de particulares. Una de estas iniciativas surgió hace veinticinco años, cuando se inauguraba en Morata de Tajuña el primer Museo de la Batalla del Jarama en un intento de conciliar la memoria de una de las batallas más importantes de la guerra civil que tuvo lugar en febrero de 1937 y la colección privada de Goyo Salcedo, un vecino de Morata que año tras año fue recogiendo reliquias encontradas en el campo de batalla.
Al principio, en posguerra, para comer –un kilo de metralla valía una peseta– y luego por la pasión que marcaría su vida: la Guerra Civil Española. Con el tiempo, algunas personas le fueron aportando fotos, mapas y multitud de objetos, y llevando gente igual de apasionada a visitar el museo, que paso a paso fue cogiendo tamaño y visibilidad, integrándose perfectamente en la vida de Morata de Tajuña. Lo visitaban institutos, veteranos de ambos bandos, hijos y nietos de los Brigadistas Internacionales, amantes de la historia y algunos curiosos despistados. Era el único museo sobre la Guerra Civil a este lado del río Ebro y tristemente continuaba siéndolo.
Se recibieron promesas de montarlo en un lugar más adecuado para no continuar en la parte de atrás de un restaurante gracias a la generosidad de sus dueños; promesas de la Comunidad de Madrid, de las distintas administraciones tanto del PP como del PSOE, de periodistas de numerosos medios, televisiones varias… promesas y visitas institucionales que al final han quedado en nada.
A este país no le interesa mucho la historia, si acaso como aperitivo antes de irse a comer un cordero. Estamos más preocupados por el buen nombre de nuestros padres y abuelos o por alimentar nuestros prejuicios que por que las nuevas generaciones y nosotros mismos podamos disfrutar y aprender de la historia con mayúsculas. Morata de Tajuña está al lado de una población como Madrid, que recibe millones de turistas, y que, explotándose de una forma conveniente, junto con San Martín de la Vega, Rivas y Arganda, podría ser incluso una fuente de puestos de trabajo, de ocio y, sobre todo, de riqueza cultural y patrimonial, como lo son en otros países los campos de batalla de Normandía, Gettysburg, Waterloo…pero aquí somos diferentes, al parecer.
Nos encanta mirar para otro lado y que inventen otros. Recordamos cómo venían al museo veteranos de ambos bandos, niños ya adultos que habían crecido en la posguerra; recordamos también al instituto de Granada, el IES García Lorca, que venía de excursión todos los años para visitar el Museo del Prado y el de la Batalla del Jarama. Fue un honor y una delicia ser su guía por la historia. Nadie se quejó de que el museo estuviese escorado hacia un bando o hacia el otro, solo hay que leer su libro de visitas. Era un lugar de encuentro, hoy uno de los mayores patrimonios que tiene no solo Morata de Tajuña, sino también la Comunidad de Madrid, y este museo va a terminar amontonado en cajones en un triste garaje si no hay ayuda institucional. El patrimonio de todos perdido y escondido. Puede que tuviese razón el poeta Gil de Biedma cuando decía «De todas las historias de la Historia la más triste sin duda es la de España porque termina mal». Aún estamos a tiempo de contradecir al poeta.
Hacemos desde aquí, por todo lo explicado, un llamamiento a los responsables políticos de la Memoria Democrática para que tomen cartas en el asunto. Ojalá no sea tarde.