El archivero: ¡solo ante el peligro!
El archivero accedió a la sala de trabajo donde se disponían los nuevos ingresos. Allí encontró una serie de cajas en cuyo interior pudo comprobar cómo se almacenaban, entre el polvo y algunos restos de organismos que en otro tiempo estuvieron vivos, documentos sueltos, expedientes y copias fotográficas sobre papel. Aquella masa documental no parecía sustentarse sobre un orden establecido y se abría ante él un largo proceso de clasificación, ordenación y descripción. Nuevamente el archivero se sentía como Gary Cooper haciendo de Will Kane en ”Solo ante el peligro”.
Este sería un buen comienzo peliculero para una hipotética jornada de trabajo de un archivero. Probablemente cualquiera que no esté familiarizado con la actividad archivística le parecerá extraño que la soledad sea una de las características más habituales de la tarea que debe desarrollar este profesional. Y mucho menos que esa soledad pueda desembocar, en no pocas ocasiones, en situaciones de estrés, ansiedad y angustia.
Es obvio que la archivística –y especialmente algunos de los procesos que la definen- independientemente de que sea o no considerada una disciplina científica, lleva aparejada una indudable actividad intelectual. Es más: diría que es una actividad estrictamente intelectual que tiene en la clasificación uno de sus máximos exponentes, aunque no el único. Asimismo, toda actividad intelectual está íntimamente ligada a la soledad. Tomar decisiones, reflexionar, discernir, cuestionar, comparar, son actividades ligadas de manera estrecha al proceso intelectual y, en la mayor parte de las ocasiones, son acciones solitarias, introspectivas.
Y sí….tomar decisiones: he aquí la cuestión. Un archivero se halla constantemente tomando decisiones. Clasificar –sobre todo cuando tratamos con documentación histórica y desorganizada- implica tomar una decisión, resolver un problema. La conclusión final pasa por un estudio pormenorizado tanto de la institución o persona generadora como del documento en cuestión, análisis que se desenvuelve en la mayor de las soledades. Sólo está el documento –y su contexto documental-, frente al archivero. Solo ante el peligro. Solo ante el desafiante documento. Solo ante un documento que, tras ser analizado en el transcurso del proceso intelectual, pasará a tener un nombre. Así, será bautizado como una bula, un expediente de obra mayor, un acta, una letra de cambio o un expediente de limpieza de sangre. Pero, recibirá tal denominación…¿por arte de magia? No… a raíz del proceso de identificación, fase intelectual efectuada también en soledad. Es cierto. Puedes discutir el tema con otros archiveros y el enriquecimiento será aún mayor. Pero la decisión final, la conclusión definitiva sólo está en tus manos. Además, no siempre es tan fácil encontrar otro archivero con el cambiar impresiones. La realidad pasa porque sea afortunada la institución en la que trabaja un archivero, así que encontrar dos bajo el mismo techo es todo un triunfo. Por ello, la soledad archivística muchas veces no sólo es el fruto de esa introspección intelectual, sino el resultado de políticas poco sensibles a la realidad de los archivos. Disminuyen las plantillas –hasta hacerlas desaparecer en algunos casos- y con esa reducción la soledad del archivero crece, mientras los documentos continúan aumentando.
Hace algunos días desde Libertad Digital nos daban a conocer los “mejores trabajos para los tímidos” . Junto a los tímidos geólogos, o los introvertidos forenses y los concentrados adiestradores de animales se encontraban, no podía ser de otro modo, los archiveros, afirmándose que el archivo era el lugar más apropiado para que los amantes del silencio desarrollaran su trabajo. Es cierto. Es una actividad esta de la archivística que precisa concentración y silencio, dos categorías que inclinan aún más la balanza hacia la soledad. Pero en algo nos diferenciamos de aquel solitario Gary Cooper. Éste no contaba con las asociaciones profesionales, jornadas, congresos, las redes sociales o los blogs para contrarrestar su soledad. El punto de encuentro que suponen, por ejemplo, las nuevas tecnologías han abierto una –y muchas- ventanas hacia un ágora de archiveros en la que se discute, se habla, se comenta, se analiza, se cuestiona y ¿por qué no?, también se bromea. Juntos avanzamos más y en eso los archiveros estamos dando pasos de gigante, aunque el gigante sea todavía un poco solitario.
“Solo ante el peligro” ha sido un film que ha servido de inspiración para otros archiveros y estudiosos del ámbito archivístico. Tal es el caso de Vicenç Ruiz Gómez quien escribió en el blog de la ESAGED el texto titulado “¿Solo ante el peligro? El archivero y las leyes de transparencia”. Una misma fuente fílmica para expresar ideas diferentes sobre la realidad archivística.