EL MUNDO. 9 Noviembre de 2014
Buscando a mis padres en los archivos de la Stasi
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Mario perdió a su padre, piloto militar, en un accidente que jamás se aclaró
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Busca la explicación en los archivos de la Stasi, igual que 60.000 alemanes cada año
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‘Alguien debió delatarle’, denuncia
SUELOS REFORZADOS. La información acumulada pesaba tanto que un edificio normal no podía con ella, así que tuvieron que construir uno especial (arriba, uno de los almacenes)
Actualizado: 09/11/2014 01:10 horas
Mario Schmidt perdió a su padre cuando tenía 10 años. Corría 1976 y la familia decidió no hacer demasiadas preguntas sobre el inexplicable accidente que había terminado con la vida de Horst Schmidt, un piloto de las Fuerzas Aéreas de la RDA cuyo último vuelo al mando de un MIG-21 sigue siendo un misterio. “Mi madre quiso guardar silencio para protegernos. Habíamos mantenido algún contacto ilegal con parientes de la Alemania Occidental, para saber cómo estaban mis abuelos, y alguien debió delatar a mis padres”, recuerda hoy apesadumbrado.
Sólo después de la muerte de su madre, que permaneció aterrorizada hasta el final de sus días, Mario se ha decidido a acudir a los archivos de la Stasi para averiguar de una vez qué tenían los servicios de inteligencia de la Alemania comunista contra su padre. Para ello se ha dirigido al mastodóntico edificio que sirvió de sede a la Stasi y que hoy custodia sus archivos: la monstruosa y abrumadora prueba física del más implacable sistema de vigilancia ciudadana del siglo XX, situada en el barrio de Friedrichshain, actualmente colonizado por españoles en busca de los alquileres más baratos de Berlín.
“Tienes que rellenar una solicitud, acreditar el derecho que tienes, tu relación con la persona investigada, y esperar”, explica el procedimiento. Así se pone en marcha la ingente maquinaria de consulta. Los archivos reciben mensualmente una media de 5.000 peticiones como esta y tardan hasta dos años en responder. En 2012 fueron más de 88.000 solicitudes y un ejército de 1.800 archiveros se encarga de buscar entre los 39 millones de fichas organizadas en torno a 700 formas de codificación. Hay fichas polvorientas y perfectamente ordenadas por nombre, por profesión, por barrio de residencia, por tipo de seguimiento, por lugares de vacaciones, por actividades de ocio, por delitos menores, por familiares vigilados, por familiares del Partido Comunista… Esto explica que, una vez rellenado el formulario de la solicitud, sea necesario esperar varias semanas hasta que aparezca la información.
Veinticinco años después de la caída del Muro de Berlín, podría pensarse que el Ministerio para la Seguridad del Estado (Stasi) es sólo una figura de la historia, pero en sus entrañas sigue latiendo la vida. “Durante los años 90 fue, digamos, la hora punta de trabajo de consulta. Entonces teníamos casi 4.000 empleados para atender la demanda. Pero ahora seguimos muy ocupados. Hay una nueva generación que acaba de jubilarse y que tiene más tiempo para dedicar a lo que considera una tarea pendiente, averiguar sobre sus padres en los tiempos de la RDA”, explica la portavoz Dagmar Hovestädt, mientras toma al azar un archivo, tapa el nombre para mantener la confidencialidad, y comienza a leer el documento manuscrito con impecable caligrafía en 1978 por un joven de 23 años que se ofrecía a la Stasi como informante sobre sus compañeros de universidad. “Con la intención de servir a mi patria y a los principios comunistas que son nuestra razón de ser”, se justificaba, “el personal autorizado para recabar mi información o para darme instrucciones se podrá acercar a mí en lugares públicos y pronunciar la frase: ‘Hace un bonito día en Berlín para pasear y charlar con un buen amigo'”.
En pequeño, la ficha de la activista Vera Lengsfeld, hija de un dirigente del régimen de la RDA.
El papel amarillento y con la tinta desvaída sale de una carpeta de color naranja, las que corresponden a los informantes y se diferencias de las azules, pertenecientes a los operativos de seguimiento. Pero además de los informantes había informantes sobre los informantes, para garantizar que eran fiables. Y por supuesto informantes sobre los informantes de los informantes, en una delirante espiral insaciable.
Llegó a contar con 91.000 espías en nómina, 170.000 “colaboradores extraoficiales” y más de 300.000 informantes civiles, entre ellos altos cargos “occidentales”. Los documentos referentes a estos últimos, ya digitalizados, ocupan 381 discos con 33 millones de páginas, pero sólo se conserva parte de su contenido porque, tras la caída del Muro, fueron incautados por la CIA y convenientemente podados.
La Stasi disponía además de una Administración Central para la Lucha contra Personas Sospechosas, que se dedicaba fundamentalmente a elaborar listas de ciudadanos inconformes y era aquí donde los chivatazos de familiares, vecinos y amigos resultaban fundamentales. “Aquí evaluamos los archivos, no a las personas”, explica Dagmar Hovestädt, que llama a no juzgar sin conocer y recuerda que los informantes se estaban jugando una plaza de hospital para su madre o que su hijo pudiese ir a la Universidad o no. Incluso hubo quien espió a los suyos por amor, como el marido de Vera Lengsfeld, hija de un destacado miembro del partido con ideas propias sobre la que su marido informaba en secreto para evitar que las informaciones más peligrosas llegasen a la Stasi por boca de terceros.
ESTRUCTURA REFORZADA
La información acumulada desde su fundación, el 8 de febrero de 1950, pesaba tanto que un edificio normal no podía con ella, por lo que fue construida con una estructura especialmente reforzada la sede de Friedrichshain, que era en sí misma una ciudad independiente con campos deportivos, colegio y comedores. Este es el edificio en el que Mario Schmidt cree haber encontrado las pruebas que buscaba. “Todo aquel que pedía un permiso para viajar al Oeste era investigado de oficio durante uno o dos años”, advierte, sugiriendo que otros pilotos con ficha en los archivos de la Stasi sufrieron también accidentes no aclarados, como Peter Mokowicka, un colega de su padre.
Al igual que éste, muchas de las carpetas que guarda la Stasi aún no han sido abiertas. Podemos suponer que sus secretos más valiosos han sido ya eliminados por servicios secretos amigos y enemigos, especialmente en los meses siguientes a la caída del Muro de Berlín.
Si hay o no hay una ficha con el nombre de Angela Merkel, sólo ella puede preguntarlo y sólo a ella se lo dirán, pero cualquier observador perspicaz aprecia los ascensos políticos de todos aquellos relacionados con la custodia de los archivos. El que fuera su responsable desde principios de los 90, Joachim Gauck, es hoy el presidente de Alemania, propuesto por el Partido Socialdemócrata y con la aquiescencia de Merkel. Su actual director, Roland Jahn, fue el periodista que en su día investigó la labor de informante de Gregor Gysi, hoy líder del partido Die Linke (La Izquierda), y que fue acusado de, durante la dictadura de la RDA y a través de su trabajo como abogado, haber estado pasando información a la Stasi sobre sus clientes. El caso, finalmente, ha quedado encerrado en alguna de las carpetas de color naranja y con las iniciales “IM”, amparado en el derecho a la privacidad de Gysi.
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