Benito Olmo (Cádiz, 1980) tiene gafas de pasta, mirada irónica y un montón de crímenes en la cabeza. Afortunadamente se metió a escritor, así que puede sacarlos a pasear sin mayor miedo que estar epatando a los lectores.
Hace años, Benito pateaba todas las ferias literarias que hay en España, que son muchas y de variado pelaje. Firmaba libros, sonreía a este y aquel, presentaba novelas. Eran novelas oscuras y luminosas. Luminosas porque transcurrían en Cádiz, oscuras porque transcurrían en ese Cádiz que muchos no queremos ver, el que olvidan las guías turísticas, el que preocupa y angustia. Creó un personaje inolvidable con Manuel Bianquetti, aficionado a los fritos y a meterse donde no le llaman (son dos cosas que nos pasan a muchos otros).
Ahora Benito ha saltado a espacios gélidos, porque al noir le sienta fenomenal eso de que nieve y se te congelen las pelotas. Está en Frankfurt, y sus personajes están en Frankfurt, y siguen explorando las partes más desafortunadas de la ciudad, esas que muchos ni miran, esas que te devuelven miradas.
Hablamos con Benito Olmo sobre Los días felices (AdN, 2023), su última novela, también sobre qué es el género negro, sobre mitos de la tradición rusa y sobre cómo ir de incógnito a sitios peligrosos.
Vamos, sobre literatura y libros.
Los días felices es el segundo tomo de lo que, parece, será trilogía. Cada una de estas novelas se pueden leer por separado, pero guardan relación entre ellas. ¿Tienes el esquema general en la cabeza y luego añades un argumento propio a cada volumen, o está todo pensado desde el principio?
En mi caso, concentro todos mis esfuerzos en conseguir que cada novela sea independiente. De esta forma, los lectores pueden darle una oportunidad a Los días felices sin haber leído antes El Gran Rojo. Respecto al argumento, lo tengo todo decidido de antemano, aunque me centro más en la evolución de los personajes y en que cada novela tenga su propia personalidad, aunque compartan ADN.
Sobre lo anterior, me interesa saber qué piensa uno cuando va a empezar algo que le llevará un lustro o más entre escribir, editar, publicar…
Mi principal objetivo es disfrutar el proceso. Este oficio es demasiado duro como para encima no pasarlo bien. Si no me divirtiera escribiendo, nada de esto tendría sentido.
En estas novelas juegas con la doble voz (primera persona, narrador externo), ¿cómo llegas a esa decisión? Y después, ¿cómo la afrontas?
La historia me pedía que jugase con diferentes puntos de vista, ya que cada personaje tiene su propia personalidad y se enfrenta a la historia de una manera diferente. La clave es conseguir que las diferentes voces convivan en armonía. De esa manera, la historia fluye y resulta agradable de leer.
¿Por qué el cambio de Cádiz a Frankfurt? ¿Hay algún motivo más allá de tu propia peripecia vital?
Recalé en Frankfurt por casualidad y me di cuenta de que se trataba un escenario formidable. El barrio rojo, las narcosalas, los fastuosos rascacielos… eran ingredientes demasiado suculentos como para dejarlos pasar, así que me trasladé a esa ciudad para escribir El Gran Rojo. Posteriormente, decidí ambientar también allí Los Días Felices.
Imagino que cada ciudad dibuja un ambiente distinto, ¿no?
Cada ciudad tiene su propia personalidad y eso se transfiere a los personajes, los argumentos, el lenguaje… Sería una negligencia pasar esto por alto cuando escribimos.
Tú intentas huir de una imagen de postal cuando te metes en ambientes urbanos.
Porque las postales ofrecen una imagen incompleta. El lenguaje narrativo nos permite profundizar, no quedarnos en lo superficial y comprender de dónde vienen determinadas decisiones y miradas.
La Luger tiene peso argumental en la novela, ¿por qué la elegiste?
La imagen de la Luger me retrotrae a mi infancia. Era el arma que utilizaban los malos de las películas, por lo que siempre me generó mucho rechazo. Sin embargo, eso está superado y me pareció divertido recuperarla para Los Días Felices, donde esa pistola juega un papel fundamental.
El personaje de Baobab en Los días felices tiene un poco de Baba Yaga, ¿no?
Sin duda. Siempre me ha fascinado esa relación entre lo esotérico y lo criminal. El propio Himmler, jefe de las SS en la Alemania nazi, no tomaba ninguna decisión importante sin consultar antes con una bruja que le echaba las cartas. Me parece una imagen muy poderosa, por lo que introduje el personaje de Baobab y el de Nielsen, un criminal que siente la imperiosa necesidad de creer que sus obras responden a un propósito mayor.
¿Has hablado alguna vez con un personaje? Quiero decir: sentarte, imaginar que está delante de ti, dejar que se exprese con sus propias palabras, con su tono de voz…
Intento construir personajes muy humanos, con muchos defectos y alguna que otra virtud. Cada uno tiene su propia forma de mirar el mundo. Al final, los lectores nos identificamos con las pulsiones de los personajes, pero también con su voz y con su manera de enfrentarse a los problemas.
En Los Días Felices una de las subtramas toca el tema de las peleas clandestinas. Te lo habrán preguntado mil veces, pero ¿cómo te documentas sobre eso? ¿Llegaste a ver alguna?
Iba a ir a una velada ilegal, pero en el último momento me llegó el rumor de que los organizadores estaban al tanto y habían planeado darme una cálida bienvenida, así que lo dejé estar. Confié mi historia a los testimonios de testigos y participantes en esas peleas clandestinas, un negocio que mueve mucha pasta y que, con las nuevas tecnologías, cada vez tiene más adeptos.
Tu obra es novela negra pura y dura: no interesa resolver el crimen, sino pintar un cuadro sobre la sociedad que alberga ese crimen.
Lo que me interesa, fundamentalmente, es agradar al lector. La mía es una literatura de evasión, de entretenimiento al cien por cien. No obstante, la materia prima con la que trabajo es la realidad, así que resulta inevitable reflejar la sociedad con sus luces y sus muchas sombras.
¿Cómo puede escribir las escenas más dolorosas? Estoy pensando en una concreta de tu última obra, no revelaré más, relacionada con homeless. ¿Quedas tocado después?
Te quedas jodido, porque cuando profundizas en asuntos tan dolorosos como la trata de personas destinada a la mendicidad te das cuenta de que, como suele pasar, la mala suerte siempre se ceba con los mismos. Cuando determinadas certezas salen a tu encuentro, te dan ganas de salir y quemar el mundo. Mis historias hacen la función de diques tras los que contengo mi rabia, aunque no siempre funciona.
Me gusta de tus protagonistas que tienen problemas mundanos: pillan fiebre, les duele la barriga…
Considero fundamental que mis personajes sean muy humanos, para que los lectores puedan identificarse con ellos. Desconfío de las novelas protagonizadas por tipos guapos, listos, sin problemas y que nunca se equivocan. Esos personajes me caen mal, porque no me los creo.
En Los Días Felices presentas una forma de lectura alternativa, casi un juego. A mí me pareció algo lúdico, alejado de ínfulas, y me interesó más precisamente por ello.
Me pareció interesante llevar la historia un poco más lejos y ofrecer un desafío a los lectores. En resumen, Los Días Felices puede leerse de la manera tradicional, es decir, desde el principio hasta el final, pero también existe una forma de lectura alternativa que describo en la primera página de la novela. Si lees determinados capítulos en un orden concreto, la experiencia lectora cambia. Eso me ha obligado a enfrentarme a la trama de una manera diferente, pero debo confesar que me lo he pasado en grande con este pequeño experimento.
Defíneme «literatura de género».
Prefiero dejar las etiquetas y las definiciones para los expertos. Solo te diré que me encuentro muy cómodo en el género negro y que es el tipo de lectura que me fascina.
¿A ti alguna vez te han mirado por encima del hombro por escribir novela negra?
Claro, pero estoy seguro de que me sucedería lo mismo si escribiera romántica, histórica o juvenil, por ejemplo. Siempre va a haber quien critique tus decisiones, pero una vez superado el síndrome del impostor todo es infinitamente más fácil y cómodo.
¿Crees que tenemos problemas con los géneros? El terror, la ciencia ficción, el negro… Parece que te quitasen puntos de lector si confiesas disfrutar con ellos.
No creo que tengamos un problema. La cosa ya es demasiado difícil, con librerías en números rojos y los índices de lectura por los suelos, como para encima enfrascarnos en batallas sobre lo que se debe o no leer. Todo es mucho más sencillo si te olvidas de polémicas y te dedicas simple y llanamente a disfrutar de lo que haces.
Dime un autor de novela negra al que debería leer y, seguramente, no esté leyendo a día de hoy.
Te digo tres: Men Marías, Alejandro Moreno Sánchez y José Ramón Gómez Cabezas.
¿Qué siente uno cuando ve a sus personajes llevados al cine? ¿Le fastidia que no se parezcan a los de su cabeza?
Es muy emocionante. Además, resulta interesante ver la interpretación que otros hacen del universo que yo creé en mi cabeza. La adaptación al cine de La maniobra de la tortuga ha propiciado el encuentro con muchos nuevos lectores, que de otra manera puede que no se hubieran acercado a mi obra, así que todos salimos ganando.
Y la última. Hace años, cuando empezabas, alguien me dijo que nadie se curraba esto más que tú, que ibas de feria en feria por todo el país. ¿Cómo lo recuerdas?
Recuerdo esa época con mucho cariño, porque la memoria es así de puñetera y, a menudo, se centra en los buenos recuerdos y relega al olvido los menos agradables. Durante esos años de vagabundeo de una feria a otra conocí a gente interesante, hice lectores y me divertí mucho. También hubo momentos malos, con muchas horas al volante, ninguneo por parte de algunos organizadores y momentos en los que parecía que todo estaba perdido, pero derribé cada barrera que encontré en mi camino a base de entusiasmo y cabezonería. La experiencia fue dura, pero me curtió como autor y como persona.