Día de las bibliotecas
|
No debe de ser muy sano, pero los libros trepan por las estanterías que invaden pacíficamente todas las habitaciones, riéndose del minimalismo y Marie Kondo, no sé si por ese orden. Cada vez que he tratado de ordenarlos o de podarlos, se rebelan como una planta carnívora, y en su enfado, me vuelven la espalda haciendo que tarde días en encontrar lo que busco.
Han aguantado a duras penas torpes intentos de clasificación, por géneros, por autores, por origen de estos, pero cada amanecer se produce un baile que desbarata etiquetas y confunde lomos.
Cuando era una niña, soñaba con tener una casa llena de libros, como la de mis padres, como la casa que desmontamos los hermanos con el mismo cuidado con que un niño trata de restaurar las alas de una mariposa herida.
Guardé en cajas los volúmenes de mi infancia, las enciclopedias en las que el mundo se desplegaba para mí cada tarde en esos meses de noviembre que yo recuerdo llenos de lluvia y frío. Ahora muchos de ellos presiden con el orgullo de castellanos viejos las baldas del salón.
La Espasa es ya un monarca cansado que mira con desdén soberano a los lectores demasiado apresurados para perderse en sus páginas, pero su sitio es siempre fijo. Nunca he permitido que en su trono reinara el desorden, y sobrevive a cualquier intento de clasificación que no sea ella misma.
A pesar del paraíso en que he convertido mi hogar, sigo soñando con el olor de las bibliotecas. Me gusta ir temprano, el sábado por la mañana, a ser posible, cuando suenan toses asmáticas entre las estanterías y los pocos lectores nos miramos con un lento reconocimiento de ciudad de provincias.
Esta semana hemos celebrado su día, pero su milagro permanece abierto, incluso los domingos por la tarde. En sus salas he visto crecer a mis hijos, y he estudiado oposiciones mientras trataba de huir de las sirenas que me llamaban para apartarme de la travesía. Aún no somos conscientes de la riqueza que se nos brinda en cuanto cruzamos sus puertas, y además, de forma gratuita. Acabamos de celebrar su día, ya digo, pero se merecen los trescientos sesenta y cuatro restantes, con sus mañanas de luz, sus tardes de estudio y la compañía que brindan para las madrugadas y las noches insomnes. Son mi paraíso, incluso ahora que tengo sucursal en casa. Y entro en ellas para seguir siendo la niña que fui, pero nunca me olvido de todo lo que me enseñaron para ser como soy ahora.
FUENTE: https://www.elperiodicoextremadura.com/opinion/2021/10/28/dia-bibliotecas-58888660.html