- Escrito por José Antonio García Regueiro
- Publicado en OPINIÓN
Un edificio con solera, en la Calle del Prado 21, que nos recibe con las efigies de Cervantes, Velázquez y Alfonso X, alberga entre sus muros el Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid, la institución que algunos consideramos que ha sido, y sigue siendo, la más elevada síntesis de la historia del pensamiento español, y, en todo caso, un potente foco de irradiación política y cultural desde que se fundara en el trienio liberal progresista, en concreto el 14 de mayo de 1820.
Nacido con el nombre de Ateneo Español, su aparición no fue mera casualidad sino consecuencia de que los nuevos vientos de libertad y fraternidad de la Constitución de 1812 traían sus propias ideas e instituciones que se enfrentaban con las del Antiguo Régimen. Agustín Argüelles consciente de que la Constitución chocaría con siglos de absolutismo y sería acusada por los graves “pecados” de ser hija de la Ilustración y de la Revolución francesa, incorporó en su Discurso Preliminar argumentos disuasorios que proclamaban su españolidad, como que “poco versados en la historia y legislación antigua de España, creerán tal vez tomado de naciones extrañas, o introducido por el prurito de la reforma, todo lo que no ha estado en uso de algunos siglos a esta parte, o lo que se oponga al sistema de gobierno adoptado entre nosotros después de la guerra de sucesión…”.
Que los temores de Argüelles estaban fundados lo prueba que con la vuelta de Fernando VII quedó derogada hasta que la recuperó el trienio liberal progresista de 1820 a 1823, que, a su vez, fue víctima de los cien mil hijos de San Luis reclamados para restaurar la monarquía absoluta. Vinculado a los principios y valores de la Constitución de 1812, el Ateneo fue prohibido cuando retornó el absolutismo en 1823, debiendo esperar a la muerte de Fernando VII para poder reabrir sus puertas el 31 de octubre de 1835.
El mismo Ateneo de 1820 será el de 1835 pues como decía Labra es “…preciso reconocer que un mismo espíritu, el espíritu liberal y progresivo de la España contemporánea, fue el que presidió a la constitución de entrambos cuerpos y el que ha mantenido su influjo durante la corta, aunque gloriosa vida del antiguo y la existencia rica y esplendorosa del nuevo, …. Aparte de esto hay que tener en cuenta que la idea, la iniciativa, el ensayo de un establecimiento de las condiciones de un Ateneo, corresponde indudablemente a los hombres de 1820; y fuera grave injusticia y negra ingratitud prescindir de aquella experiencia…”.
Una de las primeras medidas del Ateneo en su retorno fue crear una biblioteca, que hoy en día es una de las mejores de nuestro país. Como nos relata Víctor Olmos en “Ágora de la libertad”, en la primera Junta General tras la constitución de la sociedad, a mediados de diciembre de 1835, doce asociados, entre ellos, tres directivos, incluido el presidente, “presentaron sobre la mesa algunas obras suyas y otros ofrecieron otras”. Fue esencial el impulso como bibliotecario de Mesonero Romanos.
El influjo de 1812 sigue recorriendo las arterias del Ateneo tanto en su vida diaria como en su norma estatutaria básica, el Reglamento, que en su artículo 1º le define como una sociedad científica, literaria y artística que carece de ánimo de lucro y se rige por el mismo Reglamento y por los acuerdos válidamente adoptados por sus Juntas Generales.
En su artículo 2º establece como fines, “se propone” dice, difundir las ciencias, las letras y las artes, así como favorecer dentro de su seno el desarrollo de Agrupaciones que se propongan realizar la investigación científica y el cultivo del arte y de las letras.
Capital es, además, su artículo 13 que en su segundo párrafo consagra las libertades de pensamiento y expresión disponiendo que “Este Reglamento reconoce y ampara el derecho de todo socio para profesar o emitir cualquier suerte de ideas políticas, religiosas y sociales, por radicales que sean u opuestas a las profesadas por los demás. En este respecto, se considera nula toda resolución asocial que pueda implicar coacción o restricción de esta plena libertad reconocida”.
Se regulan las competencias constitucionales de la Junta General, máximo órgano de expresión de la soberanía de los ateneístas, las funciones ejecutivas de la Junta de Gobierno, y la fuerza de la idea y del pensamiento que atesoran las secciones, agrupaciones, cátedras y tertulias. La Junta General es un verdadero Parlamento, el órgano del pueblo, de los ateneístas en cuanto titulares de la “propiedad del poder” que ejercen a través de tres funciones esenciales que son el control de la Junta de Gobierno, la aprobación de las normas conforme al Reglamento y la adopción de las decisiones fundamentales.
La Junta de Gobierno, como siempre defendí los años que fui Vicepresidente del Ateneo, debe gobernar, dirigir y coordinar consciente de su carácter servicial a los intereses generales y subordinada a la Junta General y al Reglamento, esto es, un sujeto de relaciones jurídicas con sometimiento pleno a la soberanía de los socios y a las normas.
Las secciones, agrupaciones, cátedras y tertulias son el verdadero corazón del Ateneo, las que mejor mantienen sus fines fundacionales, como se puede constatar históricamente en numerosos relatos de cada época, que nos las enseñan como núcleo de propagación y difusión de nuevas alternativas políticas y culturales.
Además de los temas políticos y sociales, las discusiones científicas, literarias y artísticas se mantienen fundamentalmente en las secciones y agrupaciones (artículos 56 y 75) y en las cátedras se deben dar enseñanzas públicas y gratuitas, para cuyo desempeño se deben invitar a personas de capacidad y aptitud probadas, sin atenerse a ofertas voluntarias de ningún género, teniendo sólo presente el mayor nombre y lustre de la Corporación (artículo70).
A las mismas se refiere realmente Labra cuando dice “¡El Ateneo! Qué mundo de ideas despertará en tu abrasada frente esta sola palabra, ¡oh! mísero provinciano, a quien el demonio de la crítica moderna ha levantado los cascos para hacer limpieza en el cerebro, sofocar a fuerza de resoplidos la dulce fe tradicional, y poner aquí y allí el germen de esa enfermedad terrible, que cunde como la peste, que cuenta las víctimas casi por el número de los atacados, y que en los libros puros y sanos se llama la manía de pensar!”.
Este espíritu democrático y representativo lo personificó Jiménez de Asúa cuando se negó, como Vicepresidente del Ateneo, a dar posesión a la nueva dirección nombrada por el régimen de Primo de Rivera, un pulso del Ateneo contra la dictadura que terminó con su clausura el 20 de febrero de 1924. Digno proceder que recordábamos en el homenaje en el que, como Presidente de la Agrupación Ateneística Agustín Argüelles, tuve el placer de participar en su organización y celebración el 16 de enero de 2019.
Mientras que su vitalidad política tuvo especial reflejo durante la II República, con reuniones diarias para tratar los temas que se discutían en las Cortes, su incompatibilidad con la falta de democracia la sufrió tras la guerra civil quedando bajo la dirección de la Delegación Provincial del Ministerio de Educación Nacional, perdiendo su nombre por el de Aula de Cultura (aunque lo recuperó en 1946) y limitándose a funciones de biblioteca, situación que, con algunos retoques cosméticos dado por eruditos del régimen, permaneció hasta que retornó la democracia a nuestro país.
Celebrando su segundo centenario, los ateneístas reflexionamos sobre nuestra casa de pensamiento y expresión, conectamos con su densa y rica historia, repleta de grandes tribunos, de discursos políticos que marcaron cada etapa, de descubrimientos científicos y de excelsas piezas literarias de los mejores escritores de España y del orbe entero.
En conclusión, los dos siglos del Ateneo revelan dos dimensiones de su historia, por un lado, la democracia de su funcionamiento que otorga la soberanía a sus socios y orienta la distribución efectiva del poder entre sus órganos y, por otro, que se inspira en la igualdad y la diversidad de pensamiento, principios que entroncan con el liberalismo y la democracia que le engendraron en 1820.
En las elecciones para la Junta de Gobierno del Ateneo del próximo 30 de septiembre, la candidatura “Contigo, Ateneo”, en la que me presento para el cargo de Vicepresidente, defiende esta división de funciones entre los órganos del Ateneo, sana exigencia del principio democrático y de la división de poderes.