Imprescindibles – Emilio Lledó, mirar con palabras – RTVE.es

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TRANSCRIPCIÓN COMPLETA

(EMILIO LLEDÓ) Calipso lo tiene prisionero y dice:

“Si te quedaras conmigo, te haría inmortal”.

Calipso le había prometido ser inmortal a Ulises,

pero hay un momento en que Ulises quiere negar ya la inmortalidad

y quiere irse a Ítaca y ver a Penélope,

de la que sufre soledad todos los días.

Creo que es el primer texto, o uno de los primeros textos,

la maravillosa épica griega en la que el ser humano

elige la vida, elige la muerte, elige el envejecer.

Eso es la humanización del sentimiento,

el reconocimiento de que hay que elegir la vida,

de que hay que elegir la realidad.

(Música relajante)

Uno de los descubrimientos admirables de la cultura griega

es que todos los seres humanos tienen curiosidad por entender,

por saber en qué mundo están,

en qué situación se encuentra,

y sobre todo, cuáles son los principios esenciales

sobre los que la naturaleza se sustenta.

La palabra es hablar con los otros.

La palabra es comunicarse.

Se ha llegado a decir que una imagen vale más que mil palabras.

Yo estoy totalmente en desacuerdo con ese grumo hecho,

con esa frase hecha.

Y nuestro mundo intelectual

está lleno de esas imágenes,

pero si no somos palabras,

si no somos quienes,

si no sabemos interpretarlo,

si no tenemos un lenguaje que acoja esas imágenes,

esas imágenes nos ciegan.

No dicen nada.

No dicen nada si no tenemos lenguaje,

si no somos palabra, si no somos quienes,

si no tenemos educación,

si no nos han enseñado a mirar,

no vemos nada.

Yo nací en Sevilla, aunque mis padres… digo “aunque” porque

mi padre militar estaba destinado en Sevilla,

pero ellos eran de un pueblecito,

al que yo tengo muchísimo cariño,

que se llama Salteras y está a pocos kilómetros de Sevilla.

Soy un niño de la Guerra Civil

por la edad, yo tenía 10 o 12 años

cuando acaba la Guerra Civil, tenía 12 años o 11.

Ese horror de la guerra que yo viví

y que me ha hecho defender radicalmente…

me ha convertido en pacifista porque yo he visto

con ocho o nueve años aquí en Madrid

la experiencia de un bombardeo en la Gran Vía.

Nos tuvimos que meter en un portal.

Tengo muy viva la experiencia de casas destruidas de la Gran Vía,

bombardeadas, dañadas

y gente muerta por la calle.

Y me di cuenta de algo,

de que la muerte…

huele, y que la pólvora huele,

y que el dolor huele.

(Guitarra melancólica)

La lectura fue siempre para mí una compañía

y eso se lo debo tal vez, bueno, tal vez, no, segurísimo

a don Francisco, el maestro

de la República de la escuela pública de Vicálvaro,

que a niños de diez años, a esos,

lo he dicho tantas veces y es tan sobrecogedor,

nos hacía leer de cuando en cuando,

no sé cuántas veces a la semana, media página de “El Quijote”.

“El Quijote”, “Quijote”, no “El Quijote para niños”.

Y nos decía después, no he olvidado nunca la expresión,

“Ahora, chicos, sugerencias de la lectura”.

Sugerencias de la lectura.

¿Qué podría sugerir don Miguel de Cervantes Saavedra

a niños de 10 u 11 años?

Bueno, pues ahí me veía yo a mí mismo

inclinado con mi lapicero

y escribíamos ahí las sugerencias de la lectura.

Que no solo está “El Quijote”, ni mucho menos.

Son sugerencias de la lectura del tema del que él nos hablase.

Bueno, pues eso era el principio de la creatividad,

de la libertad, de la reflexión.

Muchas veces

tomé la pluma para escribir.

Y muchas la dejé por no saber lo que escribiría.

Y estando una suspenso

con el papel delante, la pluma en la oreja,

el codo en el bufete y la mano en la mejilla

pensando lo que diría.

He de decir que he leído no sé cuántas veces “El Quijote”,

pero desde luego, más de una docena.

Y es sorprendente

que un libro escrito hace varios siglos…

que pueda yo leerlo, releerlo,

y cada vez que lo releo

descubro cosas nuevas, perspectivas nuevas.

Me hace dialogar…

Me hace otro diálogo.

Me hace hacer otro diálogo conmigo mismo y con “El Quijote”.

(Música inquietante)

Hay una diferencia importante en el lenguaje.

Efectivamente se habla siempre

con esa palabra tan preciosa, tan llena de poesía

de lengua materna.

La lengua materna es la lengua que nos acoge.

Es como una cuna en la que nacemos.

Uno ha nacido en una lengua por casualidad.

Yo no escogí mi lengua materna, el castellano, el español,

pero lo importante es la lengua matriz,

la lengua que tú eres capaz de crear,

la lengua que tú eres,

esa lengua que los griegos decían: “Habla para que te conozca”.

Es lo que yo hago con la herencia maravillosa

de palabras que constituyen la lengua en la que he nacido.

(Música inquietante)

Ese camino entre la lengua materna y la lengua matriz

es el camino de la individualidad.

Los individuos cogen su propia voz, empiezan a pensar por sí mismos.

Él siempre habla de la diferencia entre libertad de decir cosas,

que la tenemos, podemos decir lo que queramos,

y la libertad de pensar.

La libertad de pensar ya no es tan sencilla

porque significa ser capaz de pensar

después haber masticado o haber hecho tuyas

las palabras que has heredado.

Aquellos fueron años tristes, duros,

por la situación de mi padre.

Mi padre tuvo que colocarse trabajando

en una empresa de un amigo suyo, haciendo las cuentas…

Porque se quedó expulsado del Ejército.

Él era entonces capitán del Ejército Republicano

porque le había tocado estar en Vicálvaro cuando estalló

el llamado Movimiento Nacional.

En mi opinión, el mal llamado Movimiento Nacional.

Mis padres para curarme del hambre de Madrid

que se pasaba entonces,

terrible…

Yo he estado en colas de horas

para comprar un poco de pan o unos tomates, etc.

Pues mis padres me mandaban a Salteras,

donde estaba mi madrina, que me quiso como un hijo.

Me alimentaba, por supuesto, pero me encontraba en aquella casa

de pueblo pero hermosa que ella tenía,

pues me encontraba como en mi vida.

(Música clásica)

Los seres humanos estamos atravesados al mismo tiempo

que por la flecha maravillosa del lenguaje, de las palabras,

por la flecha de los sentimientos.

Pero así como la flecha de las palabras tiene su gramática,

la lengua de los sentimientos no tiene gramática.

Es mucho más espontánea y al mismo tiempo es mucho más…

no me gusta utilizar la palabra, pero en fin, “peligrosa”

porque podemos coagular los sentimientos.

Y en una época como la nuestra,

donde hay tantas posibilidades de comunicarse,

de hablar en tantos medios de comunicación,

lo importante es que esos medios no estén mediatizados,

que sean efectivamente fruto de la libertad.

(Tráfico)

Me gustaba la filosofía,

la literatura y…

Bueno, pues y me matriculé en Filosofía y Letras.

Es un muy buen conocedor del griego.

Es muy buen traductor

y une a eso su capacidad de interpretación de los textos.

Conocía muy bien el mundo antiguo.

Había estudiado Clásicas y sabía muy bien latín y griego.

Mis maestros eran de la generación de Emilio Lledó,

el profesor Rodríguez Adrados,

Fernández-Galiano,

Luis Gil, Lasso de la Vega…

que formaban un…

un excelente grupo de helenistas en la Facultad Complutense,

que entonces era Facultad de Filosofía y Letras.

Un contraste con aquella universidad “asignaturesca”

de finales de los años 40.

Un grupo de estudiantes empezamos a reunirnos

en restaurante que se llamaba Gambrinus.

Rafael Sánchez Ferlosio, Eva Forest, Luis Martín-Santos,

Pepe Valente, Juan Benet,

Víctor Sánchez Zabala, que era un ingeniero,

y Goytisolo. En fin, unos cuantos.

Alfonso Sastre…

Era nuestra pequeña universidad, nuestra libertad.

Y recuerdo

que una vez leíamos a Sartre

y hablábamos del “hombre teórico”

y lo traducíamos “hommo teoréticus”,

“hommo prácticus”.

Y recuerdo que un día un camarero muy simpático

debió estar alucinado con nosotros, con eso de “hommo teoreticus”,

“hommo prácticus”, “hommo políticus”.

Y nos dijo con mucho afecto, muy simpáticamente:

“Yo creo que a vosotros lo que os falta es ‘lomo tierno’, ¿no?”.

Y fue realmente una anécdota que no…

cuántas cosas olvida uno, eso no lo he olvidado jamás.

(Música suave)

Es curioso que en la “República” de Platón empiece uno de sus libros

con el famoso mito de la caverna,

que yo creo que fue la invención del cine casi,

lo que pasa es que del cine salimos en principio

después de ver la película, pero en la caverna de Platón

solo hay un prisionero que se escapa.

Los demás están

atados desde que nacieron, atados por así decirlo, sujetos,

y son felices además.

No notan que están sujetos

a ese fondo de la caverna.

Y la caverna les transmite sombras

que como no han visto otra cosa,

como no han tenido lenguaje que les interprete,

pues creen que eso es lo real.

(Música inquietante)

Al acabar la licenciatura y el servicio militar

yo tenía ganas de irme. Tenía ganas

realmente hasta físicas,

porque para mí Madrid era ya una ciudad muy triste.

Se pasaba, como se sabe, mucha hambre.

Yo me fui con 6000 pesetas

que había ahorrado dando clases particulares,

y con ese dinero me fui a Alemania.

Fue una locura, parecía, pero una locura muy sensata.

(Música alegre)

Llegué a Heidelberg sin saber, claro, alemán.

Fue una sorpresa,

sobre todo cuando vi lo que era una universidad

donde no reinaba el imperio “asignaturesco”.

Me sorprendía que a lo mejor

el catedrático de Griego, al que yo admiré y quise muchísimo,

Regenbogen,

el semestre aquel hablaba de Safo.

Y al semestre siguiente hablaba del libro cuarto

de las historias de Tucídides.

Y Gadamer, hablaba de Nietzsche.

Y después, al semestre siguiente, hablaba

de la fenomenología del espíritu de Hegel.

Y yo iba buscando la asignatura.

Y claro, la asignatura no existía.

No tenía porqué existir.

Cada catedrático hablaba de los temas que le interesaban,

que creía que podían interesarle a los alumnos.

Una explosión de libertad.

Y entonces, entendí lo que era la universidad.

Entendí lo que era la libertad intelectual

y entendí lo que era el penetrar en los temas de verdad.

(HABLA EN ALEMÁN)

Me atreví a hablar con Gadamer, que era el catedrático de Filosofía

y que me habían dicho que era una persona extraordinaria.

Como así era.

Y se debió de quedar asombrado

de un muchachito que venía…

un muchacho muy flaco, por cierto, que venía de Madrid

a estudiar Filosofía a Heidelberg.

Pero me recibió con una extraordinaria cordialidad.

Empecé a hablar en alemán, pero acabamos hablando en francés,

que yo no es que lo hablase muy bien,

pero lo hablaba mucho mejor que el alemán entonces

y él hablaba el francés magníficamente.

Y ese encuentro con Gadamer

hizo que poco después

él me consiguiese una beca

de la Universidad de Heidelberg

que me permitió ya moverme con mucha libertad

y sin la angustia de que se me estaban acabando las 6000 pesetas

en Heidelberg.

Esto era también una creación de libertad intelectual,

pero una relación personal “asignaturesca”

con el profesor.

Y por supuesto, cuando te tenías que examinar, te pedías el examen.

Los exámenes solían ser orales.

Y me preguntaba, por ejemplo, Regenbogen:

“Señor Lledó, ¿qué ha preparado usted?”.

“Pues mire usted, he estado trabajando en Tucídides

y he estado trabajando también en la política de Aristóteles”.

“Bueno, pues vamos a hablar de eso”.

Eso era el examen.

Y eso es una universidad moderna.

Y yo no sé ahora, estoy un poco desconectado,

hace 20 años que soy jubilado,

pero hasta que no hagamos

esa revolución creativa de verdad de la universidad,

que es un tema todavía digno de analizarse,

no… no…

no perteneceremos oficialmente al mundo de la cultura.

Su emigración a Alemania fue fundamental en su pensamiento,

en su evolución humana,

en su evolución intelectual. Salió de un país en ruinas

intelectualmente, socialmente y económicamente,

y cuando fue a Alemania era un hombre con una maletilla de cartón

casi como un emigrante más.

Entonces en Alemania encontró o tuvo la suerte de encontrar acogida,

especialmente con la ayuda que le prestó

el filósofo Hans Gadamer.

Y allí aunó un poco

sus dos pasiones fundamentales,

su pasión por la lengua, por el lenguaje,

que le había hecho filólogo,

y su pasión por el conocimiento y por la filosofía.

En Gadamer encontró la confluencia entre esas dos corrientes.

En la segunda parte de “El Quijote”,

en el capítulo 54,

cuando se encuentra Sancho en el camino

con un grupo de personas…

que vienen de peregrinos,

descubre que entre esos peregrinos

hay uno de su pueblo que se llama Ricote.

Se abrazan, se reconocen

y Ricote le empieza a contar su vida.

“Pasé a Italia y llegué a Alemania.

Y allí me pareció que se podía vivir con más libertad,…

porque sus habitadores no miran en muchas delicadezas.

Cada uno vive como quiere,

porque en la mayor parte de ella

se vive con libertad de conciencia”.

A mí me sorprendió siempre este término “libertad de conciencia”,

que es un término luterano, “Gewissensfreiheit”.

¿Dónde pudo leer Cervantes esto?

¿Dónde pudo aprender este término, que es un término técnico?

Por eso es tan importante eso.

Pero hoy se habla tanto de la libertad de expresión.

Pero la libertad de expresión tiene que ir unida esencialmente

a una libertad de pensamiento.

¿Para qué no sirve la libertad de expresión

si solo nos expresamos diciendo estupideces?

Esa idea del ser humano, el ser, está constituido siempre

por esa idea de cultura, de educación,

de libertad, y sobre todo, de libertad de pensar,

de posibilidad de pensar.

Pienso o creo.

Yo tuve una beca Humboldt

gracias a la influencia de Gadamer,

de Löwith, de Regenbogen

y eso me permitió, claro, seguir en Heidelberg,

de alumno tres años, y en la que estuve,

no de profesor, porque eso era una categoría, sino de docente

seis años en el departamento de Filología Románica

de la Universidad de Heidelberg, adonde fuimos ya Montse y yo.

Nos casamos en Madrid

y nos fuimos en el año 56 a Heidelberg.

Y ella consiguió pronto, como hablaba ya alemán,

pues consiguió un puesto de profesora docente

en el Instituto de Intérpretes de la Universidad de Heidelberg.

Entonces en Heidelberg era difícil encontrar españoles.

Yo creo que éramos cuatro o cinco,

la mayoría estudiantes.

Un día, caminando por la Haupstrasse,

oí español.

Y no eran ni mis amigos.

No era Juan José Carreras…

Y vi que era un grupo de ocho o nueve muchachos jóvenes.

Oír español me llamó la atención y me acerqué a ellos.

“No, nosotros hemos venido a ver Heidelberg ahora,

pero trabajamos en Mannheim, en una fábrica y tal”.

Eran todos andaluces.

Y siempre me ha llamado la atención

cuando se habla de la pereza andaluza.

Es un mito que me repugna.

Qué perezosos debían de ser aquellos muchachos

que cogían su hatillo y se venían sin saber el idioma,

sin saber nada, sin saber…

Y lo he dicho muchas veces y lo repito, muchachos

que habían nacido con un “no” de plomo en la cabeza.

Y me recordaba el verso de Lope de Vega:

“España, madrastra de tus hijos verdaderos”.

Bueno, me hice amigo de ellos

y quedamos en reunirnos en la cafetería Fontanella

a darles clases de alemán, que yo ya algo más que ellos sabía.

Mi gran experiencia fue la experiencia docente

en la cafetería Fontanella

con aquellos 10 o 12 muchachos españoles

la mayoría, creo que eran todos andaluces.

Por eso, repito,

no puedo soportar

la frase estúpida, la frase hecha y vacía de…

de la pereza andaluza.

Los griegos describían muchas veces

los sitios donde llegaban

por lo que comían.

Y en la isla de los lotófagos,

los lotófagos se alimentaban de unas hojas

que les daban el olvido,

que no sabían dónde estaban.

Y por eso los marineros de Ulises comieron del árbol del loto.

Se hicieron lotófagos, comedores de loto,

y olvidaron cuál era su destino.

Por eso ya no querían irse, no querían irse de nuevo,

no querían seguir navegando.

Se quedan allí y el destino del olvido

se apoderó de ellos y los hizo desaparecer.

Un pueblo como el griego, que fue tan…

deseoso de la palabra, de la comunicación,

descubrieron también la tragedia,

la condena del olvido,

del “lethaus”, de olvidarse de todo.

El verano del 62,

cuando Montse saca la cátedra de Valladolid

y está vacante la cátedra de Filosofía

del Instituto Núñez de Arce de Valladolid, a la que yo concurso,

después de pasar un verano difícil

que no sabemos qué hacer, decidimos

por diversas razones, todas, creo, bastante lógicas

y familiares incluso, decidimos volvernos.

Ya he dicho alguna vez

en broma y mis amigos vallisoletanos

lo aceptan y se ríen,

que cambiar la orilla del Neckar por la del Pisuerga

al principio fue un poco duro.

Saqué la cátedra de La Laguna,

pero claro, estábamos tan felices en Valladolid

que el salto a La Laguna no se nos pareció a las islas…

Nos pareció… no sé.

Teníamos que pensarlo también,

pero claro, había sacado la cátedra de universidad.

Yo quería trabajar en una universidad.

Entonces recuerdo que estos problemas

se los planteó un día a Miguel Delibes.

“Sí, Miguel, pero La Laguna está tan lejos”.

Y Miguel Delibes me dijo algo

que no he olvidado tampoco: “¿Lejos de dónde?”.

Siguiendo con el maravilloso mito platónico,

lo importante es saber

que hay un prisionero que se escapó de aquellos

que estaban atados al fondo de la caverna,

y descubre que hay un Sol,

que hay una luz, que hay otro mundo, que hay otra realidad.

Y entonces ese es el momento quizás más emocionante

y más sobrecogedor del mito:

que en lugar de recrearse en su felicidad,

en la luz del Sol, en la luz de la naturaleza,

piensa en sus compañeros que han quedado allí.

Y seguramente le debió de costar más trabajo

regresar poco a poco hacia la oscuridad

para decirles: “Oye, lo que estáis haciendo aquí es falso.

Lo que estáis viendo eso no es la realidad”.

Y lo más terrible del mito,

más hermosamente terrible del mito de la caverna

es que no le entienden,

que no saben, dicen: “Se ha perdido, está loco,

Ha perdido el concepto de realidad de la sombra.

Se ha perdido él”.

Yo había tenido la suerte

de haber estado diez años en Alemania.

Yo que todavía no había cumplido los 40 años,

pues con ese entusiasmo no había ningún otro mérito,

era puramente el entusiasmo. Me incorporé a La Laguna.

Y algún eco de esa mentalidad que yo había vivido en diez años

en Heidelberg debió de quedar allí.

Y por eso yo me sentí enormemente aceptado,

enormemente querido.

Y aquello fue un cambio revolucionario.

En los cuartos oscuros en que estábamos,

se abrieron las ventanas y apareció un paisaje vastísimo

que él nos incitaba a explorar.

-En algún momento yo dije,

a él le hizo gracia a medias,

que era como el flautista de Hamelín,

porque tocaba la flauta e íbamos todos como ratitas detrás.

-Yo, además, venía de un colegio de monjas,

con lo cual el contraste fue enorme.

Para mí fue como…

como una aparición.

Y Emilio tenía la particularidad

de que en sus clases se creaba como una atmósfera

y era imposible no atenderlo ni mirar para otro lado.

Son las clases donde he sentido

un silencio participativo mayor en toda mi vida.

-Estaba siempre levantado, hablaba de pie.

Era un hombre de pie, como diría Salvador de Madariaga.

Entonces se subía a la pizarra

y con tiza escribía palabras fetiche de la clase,

de su vocabulario,

que ya para mí siempre ha sido

un símbolo de su manera de ser,

que es la palabra griega “enthousiasmos”,

“entusiasmo”.

-Una anécdota impactante es que vino un grupo de televisión

a filmar la clase y nadie miró para la cámara.

Nadie.

Estando Don Emilio no había cámara que valiera.

Nos atrapaba absolutamente.

-Él nos propuso algo sustancialmente diferente.

Nos propuso ir a la fuente,

dialogar con ella

y construir nosotros los conocimientos.

Yo recuerdo que…

poco tiempo después de llegar,

él organizó un seminario sobre los fragmentos de Heráclito.

Y trabajamos con esta…

edición de los fragmentos

en donde estaba el texto en griego

en las páginas pares

y el texto en alemán en las páginas impares.

Con esfuerzo,

el griego de Heráclito lo pudimos entender.

Y con respecto al alemán,

él consiguió del Instituto Goethe,

que entonces tenía sede en Santa Cruz,

consiguió que una profesora alemana

nos viniera a impartir clases tres días en semana por las tardes

a la universidad.

-De hecho, yo nunca supe qué asignatura era.

Y él además, me reprocha

que yo muchas veces, hablando de él,

pongo un título que es distinto.

De modo que ahora renuncio también a decir qué nos enseñaba

porque nos enseñaba de todo, nos enseñaba a leer,

a profundizar en la lectura.

Él siempre dice que tenía un maestro, don Francisco,

que le ponía como deber

en la escuela republicana

que comentaran los textos que habían leído.

Eso hacía él con nosotros.

(Melodía suave)

Yo quería que hubiera en la biblioteca de la universidad

un departamento con textos de filosofía

porque estaba acostumbrado a las bibliotecas de Heidelberg.

Y empezamos a mandar, a comprar,

o a través de la librería de un librero estupendo

que había en La Laguna libros de filosofía.

Y se inició

lo que creo que ahora es

una estupenda biblioteca de filosofía y de letras.

Aristóteles mismo es el que define la voz

que habla con los otros, la voz que dialoga,

le llama “phoné semantiqué”.

O sea, un aire.

“Phoné” es… (EXHALA) es esto que yo hago,

emitir aire con la boca.

Pero ese aire se articula.

Y crea “semantiqué”,

“semainé”, “indica”, y este señalar cosas,

esta referencia al mundo,

es al principio un reconocimiento de la realidad,

de lo que ven los ojos, pero los ojos físicos, los ojos del cuerpo.

Ese descubrimiento de las cosas empezó a transformarse

en qué es la verdad o qué es la justicia,

o qué es el bien o qué es el mal.

Y eso ya no eran palabras vistas en la realidad.

Y eso nos servía

para conectarnos de alguna manera con lo que va a ser

el gran descubrimiento de la cultura griega

que era la “polis”, de ahí la “política”.

La “polis” era el contacto con los otros.

Y esa “polis” tenía que organizarse.

Y para superar y llegar

a los horizontes de idealidad y de justicia

hay que tender ese contacto a través de la educación,

que es otro de los conceptos esenciales de la vida griega:

la “paideia”.

“Paideia” significa exactamente “cultura”.

Yo quería trabajar en una especialidad de filosofía

que entonces había, si no me equivoco,

solo en Madrid, en Barcelona y en Valencia.

La especialidad de eso que se llamaba de una manera grotesca

Filosofía Pura,

porque la filosofía, por suerte, siempre es impura,

tiene que ser impura, tiene que estar metida en la realidad.

Había una cátedra de Historia de la Filosofía

y tuve que opositar a ella porque era distinta

“asignaturilmente” de la que yo era titular en La Laguna.

Y oposité y saqué la plaza.

Entonces, claro, nos fuimos a Barcelona.

Y allí estuvimos once años.

Y también he de decir que los once años en Barcelona

fueron para mí extraordinarios.

Me sentí realmente en mi casa.

En primero, el catedrático,

el viejo catedrático que daba clases de Fundamentos de Filosofía,

nos anunció que cuando llegásemos la especialidad

nos íbamos a encontrar

con otra manera totalmente distinta de hacer filosofía.

Y nos habló del que entonces era un joven catedrático,

Emilio Lledó, recién llegado de La Laguna.

Comprobaríamos lo que significa

hacer filosofía a partir de los textos.

Lledó, que tenía un gran conocimiento de los clásicos,

nos aficionaría a leer a los clásicos en sus propios textos.

En aquella época, Emilio Lledó todavía no había publicado mucho.

No tenía una obra considerable.

No había tenido tiempo de desarrollarla.

Luego la ha desarrollado.

Y una obra notable.

Lo que digo es, esa obra notable estaba “in nuce” en sus clases.

Él siempre ha prestado una gran atención

al hecho de que estamos amasados de lenguaje

y eso le vincula también a otras temáticas muy próximas.

Por ejemplo, la de la memoria, la de la Historia

y a partir de ahí, creo que hay toda una preocupación

por el hecho de que la filosofía debe cumplir una particular misión,

no una misión trascendental, no,

una misión cívica, que tiene que ver con otro de esos grandes temas

y de sus grandes obsesiones que es la educación.

(Melodía al piano)

No quiero en esto presumir denada,

pero es un hecho.

O sea, a mí no me ocuparon nunca la cátedra.

Y ocupaban muchas cátedras los estudiantes.

A mí, la catedra mía, no la ocuparon nunca.

Yo recuerdo una vez que hicimos un homenaje a Bertrand Russell

en Barcelona, en el salón de actos,

y la Policía nos echó fuera.

Y me acuerdo que al salir de ese homenaje a Russell

la Policía estaba atacando…

bueno, disolviendo la manifestación

de estudiantes que estábamos…

Y yo, con ellos. Y recuerdo…

Recuerdo que esta bola…

esta es una pelota de goma

que dispararon y que me debió de pasar cerca.

O sea, que si me da en la cabeza,

probablemente no estaría ahora haciendo esta entrevista.

Pero quedó botando en el suelo,

cerca de una de una entrada de metro,

y yo la cogí y la conservo

como una pequeña joya real de aquellos años.

No sé, un trofeo,

un pequeño trofeo, triste trofeo, pero para mí significativo

de lo que era también la Historia de España.

Creo que el año 71, creo recordar,

cuando se produce el episodio dramático

de la muerte de su mujer,

y eso, efectivamente, para él es un golpe durísimo

que veíamos claramente.

Frío está tu sitio en el que no hay nadie.

Hablo al desvestirme como si estuvieras.

Me acostumbré a hacerlo los primeros días.

Ya no queda nada de ti en nuestro baño

y el espejo solo refleja mi edad.

(Música melancólica)

Mi relación con Emilio Lledó

empieza ya de mayores los dos,

él siempre mayor que yo, naturalmente,

en el año 95.

Empieza en un viaje a Buenos Aires.

Y un día comimos en un conocido restaurante de Buenos Aires.

No sé si ahora todavía existe que es el Edelweiss.

Emilio Lledó empezó un relato primero,

muy neutro, paisajístico casi.

Pero el relato se fue enseguida directo a la herida.

Todos tenemos alguna herida en nuestra vida que define esta vida.

La muerte llega, se lleva su mujer

y queda un hombre absolutamente abatido con tres niños

y siguiendo la vida.

Tanto tiempo muerta,

mientras me marchito solo con la Ilíada,

pero allí, en la playa, entre dos combates

donde con estrellas el cielo es más negro,

duermes, como Helena, en tu oscuridad,

aquí, junto a mí.

Me quedé con niños pequeños solo

y entonces me ofrecieron

la dirección del Colegio Mayor Penyafort

porque no solucionaba lo doméstico. El encontrarse mis hijos

con aquellos estudiantes que acogieron a aquellos tres niños

también de una manera extraordinariamente,

no sé cómo decirlo, cariñosa.

O sea, que fueron tres años en que

el bestial shock de la viudedad y la orfandad de mis hijos

en lo que se puede compensar,

no podía compensarse

de mejor manera que en aquel exceso de trabajo,

de obligaciones mías con mis estudiantes.

Él tiene en el desarrollo de la amistad,

como en el desarrollo de la conversación y del diálogo,

una capacidad de emoción extraordinaria.

Entonces, su afecto

y su cariño está vinculado también

a la expresión humana y al mundo interior.

Ha tenido siempre una relación luminosa,

de encaje,

de diálogo,

de encuentro.

La “philia” es una estructura esencial en los seres humanos.

“Philo” eran… Los amigos eran en principio la familia,

los que tenían la misma sangre, y eso a lo largo de la cultura griega

en los siglos V o VI antes de Cristo,

se democratiza.

Los amigos no son ya los que pertenecen al clan familiar,

sino que los amigos son aquellos con los que te sientes solidario,

tus compañeros, los habitantes de tu pueblo, de tu ciudad,

los habitantes del mundo.

La filantropía era una idea universal.

Era una idea que rompía a pesar de todos los problemas

que pudiera haber con la estructura de la sociedad griega

del siglo IV o V antes de Cristo.

Pero esa tendencia a la solidaridad universal

está latiendo de alguna forma en la lengua griega.

Tanto es así

que era también el lenguaje lo que permitía esa solidaridad,

lo que permitía esa amistad, lo que permitía esa unión.

(Bullicio y música alegre)

Me ha impresionado siempre mucho

la belleza de las ánforas,

de todos los utensilios griegos que servían

para mantener el líquido, pero la genialidad de esa cultura

consistió en que de pronto no se trataba

de que el agua durmiese en el espacio,

en la cuna que la cogía del ánfora,

que, así como por dentro estaba la utilidad

de lo que se necesitaba para la naturaleza,

por fuera pensaron que tal vez habría que ilustrar,

que comunicar algo de belleza

a esa necesidad de la naturaleza.

El beber agua era al mismo tiempo beberla en esas ánforas

donde el arte,

la genialidad de los dibujantes,

de los pintores, por así decirlo,

griegos, fue creando una idea

de consuelo para los ojos,

igual que había habido

un consuelo para la naturaleza, un consuelo para la vista

que provocase el asombro,

que provocase la belleza.

Ese diálogo… En “Hipias mayor” creo que es

el que se habla de la belleza,

de la belleza. Discuten qué es lo bello,

lo bello de estas ánforas o de la escultura

o de todo eso que estaban creando.

Hay un momento al final del diálogo

en que hemos discutido tanto sobre la belleza y no sabemos ya qué es.

Y el diálogo acaba con algo genial.

Dice: “Es posible que no sepamos lo que es la belleza,

porque como dice el viejo refrán griego,

‘lo bello es difícil'”.

(DICE REFRÁN EN GRIEGO) Lo bello es difícil.

Y que acabe un diálogo con esa expresión

era el reconocimiento de lo que era hablar, de lo que era pensar,

de lo que era sentir, de lo que era comunicarse.

(Música enigmática)

El Instituto de Estudios Avanzados de Berlín,

que va a ser el primer español que es invitado allí,

fue para mí, claro, el Wissenschaftkolleg de Berlín,

fue algo maravilloso…

para mi experiencia intelectual.

Tenía unos cuantos profesores alemanes

y lo demás éramos todos extranjeros

y de distintas materias.

Allí conoció a Luigi Nono, el gran músico italiano,

y a otros muchos profesores. Éramos treinta y tantos miembros

del Instituto de Estudios Avanzados.

Y estabas allí un año.

(Música ligera)

(Trinos)

En esa época escribí un par de cosas, algunos de los libros,

y lo digo en el prólogo…

En “El surco del tiempo” me parece que hablo

de la biblioteca del colegio de Berlín

y de las facilidades que tenía para el trabajo

esa maravillosa, extraordinaria institución universitaria.

Como yo quería quedarme en Berlín algo más tiempo,

pude conseguir que me dieran

una beca especial de la Freie Universitat

a través de informes de algunos profesores de Filosofía

y pude quedarme del 88 al 93 en Berlín.

El “ethos” era la guarida del animal.

El sitio donde usualmente va el animal a descansar

después del día. Era el refugio de los animales.

Esa idea de “refugio” tal vez tenga que ver algo con la ética,

porque la ética,

en el fondo, el comportamiento de los seres humanos

es un poco refugio, ¿no?

Nos refugiamos, nos protegemos en esa serie de normas, de leyes.

Hay que procurar que coagulen en leyes coherentes,

en leyes importantes, en leyes, quiero decir leyes mentales,

en comportamientos que coagulen en algo que nos proteja,

en algo que nos dé cobijo,

en algo que nos constituya como sociedad.

Con la ética va unida esencialmente, también

debe de ir unida a la idea de felicidad.

“Eudaimonía” es una palabra griega,

también un descubrimiento intelectual de los griegos.

“Eudaimonía” significaba el que tenía más.

El tener fue un elemento esencial de la felicidad,

porque en un mundo de hambre y de miseria,

lo primero que tenías era

que era consolar esa hambre, esa miseria.

Pero hay un momento en que descubren

que no basta con tener, sino que hay que ser.

Y para ser feliz no basta ya solo el consuelo del cuerpo,

el alimentar el cuerpo,

sino ser alguien, ser ser humano, ser justo,

ser verdadero, no mentir.

Y entonces, esa felicidad ya es una felicidad compartida.

Es “eudaimonía”.

Ya no es un “daimon”,

un dios sencillo que te proporciona trigo, el agua, el vino,

sino que era un “eudaimon”.

Era un “daimon” “eu”, de bien.

Y en ese “bien” entraba ya

una parte esencial de la comunicación con los otros seres.

Y la felicidad compartida.

Tú no puedes ser feliz en un mundo en donde, por desgracia,

la infelicidad te circunda.

Y hay que luchar y ese ideal

no se puede perder nunca, en ningún momento de la cultura.

No podemos perder el ideal de la justicia y del bien

porque la utopía no es lo que no existe.

La utopía es el horizonte real de ideas,

de valores que deben de construir siempre

el horizonte de los seres humanos,

el horizonte de la justicia, el horizonte de la verdad.

Todas estas son palabras que las hemos desgastado

y que, sin embargo, están llenas de brillo todavía

si salimos un poco fuera de la caverna,

de los medios o de los lenguajes

en los que se nos ha, muchas veces, espero que no muchas,

coagulado el pensamiento.

El concepto de bien, “agathon”,

el concepto de felicidad, “eudaimonia”,

el concepto de “paideia”, por supuesto, de educación,

el concepto de “telos”, el fin de la vida humana,

es decir, construye toda la visión ética de Aristóteles,

el concepto de “polis” también, de ciudad,

a partir de ese análisis de las palabras,

de lo que…

del sentido que tuvieron esas palabras en el mundo antiguo.

Pude ver la experiencia de la caída del Muro porque

yo estuve en la zona occidental antes de la caída del muro.

Había visto ese mordisco enorme que daba a través de Berlín el muro

y después de la caída del muro también pude

vivirla y sentirla.

Uno de los recuerdos que tengo de mi época de Berlín,

poco antes de la caída del muro,

era el puente de… (NOMBRE ALEMÁN ININTELIGIBLE)

Armin, un amigo, me quiso enseñar ese puente

y no me había hablado nada de él.

Llegamos y empezamos a…

a caminar por él.

Y me llamó la atención que, claro, al acabar el camino del puente,

había un muro enorme. Estaba tapiado.

Y me llamó mucho la atención: un puente sin salida,

un puente sin posibilidad.

Me hacía pensar en los puentes

que nos pueden estorbar en nuestra mente

para entender el mundo, para ver la realidad

y que tiene que ver un poco con esos grumos mentales

que a veces nos paralizan

el fluir de un río o el fluir de un puente.

Era un puente sin posibilidad, sin salida.

Yo fui elegido académico de la Lengua

en el año 93.

Y durante años, durante varios años,

cuidé todo lo que pude la revisión del vocabulario filosófico.

Ayudado por una filóloga, era también de Filosofía,

pudimos revisar eso y ese es el trabajo fundamental.

Después, durante ocho años,

he sido bibliotecario de la Academia.

Académico bibliotecario, quiero decir,

porque aquí hay un equipo extraordinario de personas

que trabajan con nosotros.

Son ellos los que llevan el peso

de esta joya que es la biblioteca de la Academia.

Yo me siento aquí,

veo estos libros,

muchos de los cuales casi conozco ya,

y siento la importancia que tiene la lectura,

la importancia que tiene la literatura,

la importancia que tiene la escritura.

Y la esperanza de que haya siempre ojos que quieran dialogar

con este diálogo sosegado, tranquilo, silencioso

que nos están ofreciendo siempre estos libros.

Emilio Lledó siempre ha sido un pensador de línea clara,

es decir, que se puede ser profundo y claro a la vez.

-El interés por la educación,

que no es habitual en los filósofos, yo siempre lo he dicho,

tanto a Emilio como a mí nos viene

por la importancia que ha tenido para nosotros la filosofía griega,

el pensamiento griego y, sobre todo, el pensamiento práctico,

lo que luego se llamó filosofía práctica, la ética, la política,

está muyvinculado a la “paideia”.

-El periodista le había preguntado:

“¿Qué espera usted para las elecciones de mañana?”.

Y él no dijo: “Que gane esta fuerza política” o “que gane la otra”.

Dijo una cosa muy simple

que insisto, el periodista con acierto, destacó.

Dijo: “Ojalá mañana vuelva la decencia”.

-Es que Emilio es una buena persona,

tanto da que hable de Epicuro…

como que hable de su estancia en Alemania.

Es igual.

O que hable de su soledad cuando murió su mujer,

siempre esa bondad está reflejada en él.

-Él no era…

un filósofo de codos, sino de palabras.

No era un filósofo de estudiar ni mandarnos a estudiar.

Él quería que conversáramos con la historia de la filosofía.

-Fíjate que al salir de clase del día que nos explicó a Hegel

fui a la librería y me compré “La fenomenología del espíritu”,

con 19 años, y me la leí.

(RÍE) No entendí nada pero me la leí.

El gran desarrollo de la Ilustración

y de la pos Ilustración es la creación

de la escuela de la cultura libre,

de la cultura pública.

Yo tengo que confesar que soy

un defensor acérrimo de la cultura pública.

El fin de la ciudad tiene que ser uno y el mismo para todos,

y por lo tanto, la educación tiene que ser

una y la misma para todos.

Está dicho esto hace 24 siglos.

Dice Aristóteles:

“No tenemos que aceptar que sea el dinero y el poder económico

el que delimite los niveles de la educación”.

Si volviera a nacer, me haría profesor.

No sé si profesor universitario.

Me gustaría ser maestro de escuela.

Y lo he dicho y lo he escrito, creo.

Me gustaría enseñar a los niños a mirar una manzana y una naranja

y ver cómo son los bajos de una naranja,

y que no empiecen a movilizarse,

a inmovilizarse con los móviles, ¿no?

Que no, que no…

Que veamos el mundo, la naturaleza, la vida,…

lo que nos rodea, la luz, los árboles,

las hojas que caen y que nacen de nuevo.

Y por eso digo

que me habría gustado ser maestro de escuela,

para imitar a don Francisco, el que me enseñó a…

Nos enseñaba en una clase de esos niños de diez años,

como recuerdo tantas veces,

a leernos “El Quijote” y hacer sugerencias de la lectura.

(Música clásica)

Imprescindibles – Emilio Lledó, mirar con palabras

59:11 29 mar 2020

Documental sobre el filólogo y filósofo Emilio LLedó, una de las figuras más destacadas de la cultura española. Lledó se formó en la Universidad de Heidelberg, donde también fue profesor, así como en las universidades de La Laguna, Barcelona y Berlín

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