La memoria ya es digital.

Un experto en documentación y archivos explica cómo es el tránsito inexorable del documento encarpetado al formato virtual e intangible. Sin embargo, el fetichismo del papel no debe ser reemplazado por el del chip, advierte Tarcus.

Archivos, documentos, carpetas, ficheros, almacenamientos, permisos de acceso, solo lectura, copias de seguridad… Buena parte de la jerga propia de la archivística, utilizada hasta hace poco tiempo por celosos archiveros o atribulados empleados de un despacho judicial, se ha extendido en los tiempos de la digitalización al habla cotidiana de la mayor parte de la población.

Hasta hace unos pocos años nuestra percepción de los “archivos” remitía a interminables pasillos poblados de anaqueles atiborrados de empolvados papeles, debidamente clasificados y encintados en viejas carpetas, con su correspondiente etiqueta manuscrita.

Hoy la palabra “archivo” nos remite a un uso mucho más cotidiano: el “archivo digital” de nuestro procesador de texto.

Se parecen en mucho, pero no son lo mismo. Nuestro archivo tiene hoy páginas pero no hojas, tiene tamaño y color, e incluso peso, pero de él no emanan olores ni se acumula polvillo: es apenas un gélido conjunto de bits almacenados en un dispositivo

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